Este año fue editado el libro Estudio del neologismo caseidad (Ediciones Octaedro: Barcelona, 2022), de Maria Bori Soucheiron (Barcelona, 1964-2019). El libro lleva por subtítulo: “Sus beneficios para niños, niñas y jóvenes en situación de enfermedad y sus familias. Una mirada desde las casas de acogida”. Y es que Maria Bori trabajó durante muchos años en el Espacio Educativo Casabierta, una casa de acogida que depende de la Corporación para el Niño Quemado, en Santiago de Chile. Casabierta es el hogar de las familias con niñas, niños y jóvenes que han sufrido quemaduras y que, además, funciona como aula hospitalaria para que no pierdan su escolaridad durante los largos períodos de tratamiento.
Caseidad es una palabra nueva que acuñó el Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas y que Maria Bori la puso en práctica como uno de los pilares de Casabierta. También la llevó al ámbito académico al desarrollarla en su máster de “Pedagogía hospitalaria a lo largo de la vida”, en la Universidad de Barcelona.
Esta disciplina en desarrollo, la caseidad, “se ocupa del estudio de todo lo que se relaciona con los espacios humanos habitables –ciudades, casas, residencias, lugares de trabajo, etc.– y lo que en estos espacios acontece, especialmente lo que concierne a las personas que los habitan y a la convivencia que en ellas se genera. Se desprende y guarda relación con la primera casa de todo ser humano que es el vientre materno”, según nos lo explica la propia Bori en la introducción de su libro.
Trasladando el término de caseidad a otra María, la madre de Dios, vemos cómo se encarna en ella las cualidades de este concepto. Y lo podemos ir resiguiendo en los diversos momentos en que es nombrada en los Evangelios. El sí de María ante el anuncio del arcángel Gabriel sobre su maternidad, es un primer rasgo de caseidad: el sí a la Vida. El cuido de la casa tiene que ver con el cuido de la vida: de la propia y de la que depende o está al amparo de uno. Este anuncio inesperado y que, además podría acarrearle problemas morales y familiares a María, despertó en ella, primero el desconcierto, pero después la confianza y la generosidad. El cuido de la casa es también esa apertura y flexibilidad ante lo que se va presentando, ante lo desconocido, porque también es parte de la vida. Confiar y poner todo lo posible por parte de uno es la respuesta madura de quien ha vivido ya la caseidad.
El vientre de María se fue transformando en la primera casa de Jesús. Una primera casa que también fue cuidada por José, quien a su vez confió en que aquella paternidad le venía de Dios. José, fue otro experto en caseidad, ya que su oficio era, precisamente construir casas, muebles y todo lo necesario para hacer habitable un espacio de convivencia.
Ambos, María y José, fueron la primera casa de Jesús. Podemos ver después en parábolas de Jesús cómo aparecen alusiones a la construcción o a asuntos domésticos. Muy probablemente el material de estas parábolas era la contemplación de esas vivencias hogareñas que enseñan a cuidarse a sí mismo, a cuidar a los demás, a cuidar el hábitat y a cuidar el entorno natural.
Otro pasaje de los Evangelios es cuando, en las bodas de Caná, María se percata de la falta de vino, elemento esencial de la fiesta. Su intervención ayuda a que la fiesta siga su curso y desvela la vocación de servicio de su hijo Jesús. ¡Qué importante es velar por el ambiente festivo de la convivencia! María nos lo hace evidente.
Más adelante, cuando Jesús se encuentra ejerciendo de pleno su vocación de proclamar un Dios amoroso y nuevas formas de sentirse hijas e hijos suyos, nos narran los Evangelios que va a buscarle su madre y sus hermanos. Jesús rompe aquí el molde de los lazos familiares, tan importantes en muchos aspectos para la cultura de su época. Esa casa donde hay padre-madre-hijos y corre el riesgo de encerrarse en sí misma, Jesús la abre señalando que su madre, hermanas y hermanos son todos los que le rodean y viven conforme al amor de Dios. Esto anula las jerarquías y hermana a todo ser existente. Y esto también es caseidad, porque va construyendo una nueva experiencia familiar donde no se excluye a nadie. Donde es más importante lo que tenemos en común y donde la diferencia es una riqueza. No se trata de tener la misma sangre, sino de que todos tenemos sangre: estamos vivos. Y, por lo mismo, tenemos el mismo derecho a compartir la casa común, el planeta.
Casi al final de los Evangelios, volvemos a encontrar a María, pero esta vez al pie de la cruz. Los poderosos temieron que ese nuevo estilo de ser y de convivir que proponía Jesús les desmontara el modelo económico, religioso, político, social… El vientre que, años atrás acogiera nueve meses a su hijo, ahora estaría convulso viendo cómo se despedía colgado del madero. “Madre, he ahí a tu hijo”, le dice Jesús refiriéndose al discípulo amado. Con estas palabras manifiesta que la casa seguiría en pie, continuando el relevo gracias a esas nuevas relaciones afectivas que van más allá de lo formal y que hunden sus raíces en lo esencial. La resurrección abre las puertas a “eso nuevo” que está construyéndose constantemente.
Concluyendo: la casa a la que nos invita María es aquella donde se encuentra ella reuniendo a las personas que se sienten verdaderamente hijas de Dios, cultivando relaciones de amistad entre sí y abiertas a que el Espíritu Santo entre en sus vidas como el aire que renueva constantemente.
Todas las personas somos casa y todas hacemos casa. El estilo de caseidad por el que trabajó muchos años de su vida Maria Bori estaba impregnado de ese amor evangélico que fraterniza con todo lo creado y que hace de toda convivencia y todo espacio un lugar habitable y confortable: sanador.
Javier Bustamante Enriquez