Adentrarse en un espacio propicio para hacer silencio y estar ahí largo rato, a solas, quieto, apenas con el movimiento justo, es necesario para contemplar. Con-templar. Que es temperarse o afinarse en consonancia con algo. Vibrar en la misma frecuencia con alguien. Salir de sí. Contemplo un atardecer desde mi ventana y “soy uno con ese atardecer”, me siento unido a él, parte activa e importante de ese momento que me conmociona.
Cuando uno o una está sola y en silencio, suceden muchas cosas. Y sin necesidad de salir del metro cuadrado donde uno se encuentre. Mientras vivimos, suceden tantas cosas dentro de uno a las cuales no le prestamos atención, que nos perdemos más de la mitad de lo que estamos viviendo.
¡Qué necesario es detener el paso para ser paso! Soltar el peso para ser peso. Escuchar nuestro respirar para saber respirar.
Hace días se me averió el mp3, lo echo de menos en determinadas circunstancias. Sin embargo, he aprendido a vivir sin él y poco me lo imaginaba (espero prolongar estar situación mucho tiempo). Me he dado cuenta que cuando voy escuchando música en mis recorridos por la ciudad o antes de dormir en la cama, me ausento de esos momentos tan vitales. Dejo de pensar para entrar en el bucle sin fin de la música. Y no quiere decir que escuchar música sea desaconsejable o que perturbe la paz. No. Lo cuestionable es cuando dicha música (la que sea) se convierte en un sustituto del pensar o del sentir. Me dejo invadir por lo que escucho y, paradójicamente, dejo de escuchar.
Creo que lo que se pierde es la pluralidad del pensar, porque acabo pensando (o cantando) siempre la misma cosa. Soy lo que escucho (como soy lo que leo). Y está bien, pero si no se convierte en que sólo escucho eso que escucho.
Y, entonces, puede ocurrir que dejo de escuchar para sólo oír. Y, ¿cuál es la diferencia? Escuchar requiere una participación activa. Para escuchar uno “inclina la oreja”, según la etimología. Para oír, simplemente es necesario disponer de una oreja sana que deje pasar los estímulos auditivos para que el cerebro los decodifique.
Conque, cuando escuchamos mucho corremos el riesgo de “desconectar” para simplemente oír acrítica e insensiblemente. La escucha requiere actitud, entrenamiento, discernimiento. Incluso elegancia y contención. Hay que saber dejar de escuchar para quedarse con lo esencial e incorporarlo con austeridad.
Una soledad, como la que podemos conseguir en la intimidad de nuestra habitación, no la podemos llevar con nosotros a todos lados. Pero quizás una escucha sí. Podemos intentar desplazarnos en silencio por los andenes de un metro, escuchando con novedad, agudizando el oído, dejando que el universo acústico se impacte en el cerebro y en el corazón.
Si cultivamos silencio en la soledad de nuestra casa, podemos exportarlo, llevarlo puesto como un perfume y dejar que este se libere allá por donde vamos. El silencio es invisible, pero no insensible. Alguien revestido de silencio es percibido, aunque sea irracionalmente, por las personas que le rodean.
Probemos a hacer silencio y llevémoslo con nosotros, no lo perdamos en el camino. Escuchemos como los demás podrían llegar a escuchar ese silencio nuestro y nosotros percibirlo si ponemos atención en sus rostros. Les invito a hacer el experimento.