Todas y todos tenemos muy presente el relato de lo que se conoce como “la última cena”. Aquella del jueves previo a la entrega de Jesús y su posterior pasión. Pues en el relato de Juan (Jn 12,1-8) se nos narra otra cena celebrada unos días antes. En concreto nos dice que Jesús se dirigió a Betania seis días antes de la Pascua a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro. Allí le ofrecieron una cena.
Los pocos sucesos que se relatan son como un preámbulo de la llamada última cena, sólo que los protagonismos se reparten de diferente manera. Del primero que se habla es de Lázaro, diciendo que era el que Jesús había resucitado. Esto nos enmarca en un banquete pascual, de resurrección, donde seguro se seguía celebrando y agradeciendo la vuelta a la vida. De Lázaro se dice que era uno de los que estaba con Jesús a la mesa. Recordemos que Lázaro es el amigo por el cual lloró Jesús su muerte.
Después se menciona a Marta sirviendo la mesa. En la última cena no se menciona quién sirve, aquí tiene nombre propio. Según el relato de Juan, en la última cena no aparece la fracción del pan como signo de comunión, sino el servicio, ya que el evangelista pone el foco en el lavatorio de los pies: Jesús sirve a sus amigos y les muestra que el amor es servicio. Marta ejerce ese ministerio del amor acogiendo en su propio hogar.
Vemos en esta escena cómo en la casa de Betania la comunión la administran dos mujeres: Marta sirviendo a los comensales, estando atenta a sus necesidades, velando porque la fiesta sea posible, y María, su hermana, ungiendo los pies de Jesús.
Efectivamente, María es la siguiente persona en aparecer en el convite. Marta y María vuelven a tomar los mismos roles que en otro pasaje: una afanada sirviendo y la otra escuchando y contemplando. Aquí Marta no hace ningún comentario sobre la actitud de María, quizás ambas se complementan en su manera de servir. Una atendiendo las necesidades materiales y la otra las inmateriales.
María “despilfarra” una fortuna ungiendo con el perfume de nardo nada menos que los pies de Jesús. Además, es un perfume que no se queda sólo en Jesús, sino que se esparce por toda la casa. Días después será la Magdalena quien lleve un frasco de perfume al sepulcro para ungir el cuerpo “muerto” de Jesús. Todos los sentidos son contemplados en esta cena donde las mujeres son visibilizadas y tienen un papel relevante junto con Lázaro.
Después de los protagonistas de la comunidad de Betania, hace su aparición Judas Iscariote, quien tira por tierra la belleza y generosidad del acto de María, apuntando que los recursos para comprar ese perfume tan caro se podrían haber destinado a los pobres. El evangelista hace un paréntesis diciendo que a Judas lo que le interesaba era el dinero porque hacía un mal uso de la economía común que administraba él.
Y aquí es el único momento donde Jesús toma la palabra y aprovecha para hacer un anuncio de la muerte que le esperaba: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis.» De esta manera Jesús pone en valor el momento presente, la fiesta de amistad que están viviendo en ese instante. Las preocupaciones, muchas veces falsas o irrelevantes, nos impiden valorar la vida que se nos ofrece en el aquí y el ahora.
El comentario de Judas revela su búsqueda de poder dentro del grupo de seguidores de Jesús y hacia dónde quisiera llevar al propio grupo. Jesús lo para en seco para que no eche a perder la fiesta. Una fiesta donde el agua ya se ha convertido en vino, porque sus amigas y amigos, los que ya le comprenden, han hecho un itinerario vital, una metamorfosis hacia el Amor. Son su familia, son uno con él.
A esta cena después le siguen las tensiones de la entrada a Jerusalén que desembocan en la pasión de Jesús. Esta cena pre-pascual es una cena festiva (quitando el comentario de Judas), abierta, que anuncia de otra manera el Reino de Dios. Es una invitación a valorar nuestros encuentros y fiestas como espacios de comunión, donde la belleza y la creatividad sean reflejo de la belleza de la creación. Donde se atienda la realidad presente, no los idealismos futuros o los rencores y fantasmas pasados.
Javier Bustamante Enriquez