Alfredo Rubio, por una tanatología con tono de vida

Me viene a la memoria unas palabras de un soneto de Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona, 1919-1996): «cada uno tendrá su propia forma de morir». Desde hace un año fui acompañando a un amigo de más de 80 años en su proceso de enfermedad terminal. Durante este tiempo han ido muriendo otras personas amigas de ambos de diversas edades y por motivos también diversos. Es por esta razón que este verso de Alfredo Rubio me parece tan contundente ahora mismo. Incluso porque, este amigo que parecería tendría que morir antes que las otras personas que he mencionado, todavía lucha por la vida.

Es un misterio la muerte, como lo es el nacimiento e, incluso, el recorrido vital de cada persona. Cada uno y cada una tendremos nuestra forma de morir, pero también porque nuestra manera de vivir es única. Hay un dicho que dice: murió tal como vivió. Siento que no es del todo cierta, porque a veces morimos de una manera que no es congruente con la manera de haber vivido. En todo caso, se refiere a que la manera en que vivimos de alguna manera acaba afectando la manera en que irán siendo nuestros últimos días. Pero el momento final siempre será un misterio.

Misterio, no en el sentido tenebroso, sino de gran incógnita. La muerte no es la gran respuesta ni la conclusión final, más bien es la gran pregunta y a menudo el desencadenante de procesos nuevos, sobre todo dentro del continente humano que rodea a la persona que «marcha». 

La ausencia de una persona, sea a raíz de una muerte física o de cualquier «dejar de estar», siempre desemboca en una nueva presencia. Ese espacio y tiempo antes ocupados por la persona se llenan de todo lo que representa para nosotros y es así como se nos revela su esencia. Este itinerario que va de la ausencia a la nueva presencia y descubre la esencia, nos hace valorar la vida que hay detrás de la muerte. 

Dicho de otra manera, la muerte no es un momento final, sino todo un proceso que empieza desde el nacimiento, nos acompaña toda la vida y continúa más allá de nuestro estar aquí. Y podríamos decir más: empezamos, como posibilidad, desde antes de nacer y continuamos existiendo en la vida de otras personas de las que también hemos sido causa sin la cual no existirían.

El propio Alfredo Rubio escribió un artículo que se titulaba: «La muerte no es la, sino nos», donde decía que no podemos hablar de la muerte en términos abstractos y externos a la persona, sino en términos concretos e intrínseco al existir. No es la muerte, sino mi muerte. Rubio, como vamos viendo, era un gran tanatólogo. Fue un gran formador de personas, de hecho creó el realismo existencial, que más que una corriente de pensamiento es un estilo de vivir. Y como gran vitalista, reflexionó mucho sobre la muerte. 

En su último tramo de vida, Alfredo decía que incluso morir es una fiesta. La fiesta, otra de las dimensiones humanas que trató generosamente. Para Rubio la fiesta es lo más opuesto a la guerra. Tienen mucho en común: son creativas, requiere energía y esfuerzo, unen personas con un mismo fin… Pero son de signo tan radicalmente opuesto: una construye y la otra destruye; una iguala a las personas y les da dignidad, la otra las jerarquiza y las degrada; una comunica vida, la otra siembra muerte.

Sin haber estudiado tanatología, él insistía en que se tenía que dar un nuevo tratamiento al proceso del buen morir y del buen despedir a las personas y acompañarnos a los que quedamos. Incluso con despedidas de serenidad festiva, de agradecimiento, de alegría expresada debidamente cuando fuera posible. Tenemos derecho a ser recordados de la mejor manera una vez superado los momentos de dolor. Ahora los tanatorios empiezan a incluir un poco esta dimensión menos trágica y más agradecida, pero todavía nos encontramos con edificios fríos y con despedidas exprés y de tipo funcionario con cartas de servicios.

Para concluir esta reflexión-homenaje traigo aquí los versos de otro poema del Alfredo Rubio: «¡Qué hermoso /que aunque yo muera/ todo en el universo seguirá rodando/ como si tal cosa!». Aquí rezuma la humildad óntica de la que tanto hablaba él. «¡Pudiendo no existir, existimos!» Y, de esta manera, también un día dejaremos de existir. Al menos tal y como nos percibimos ahora.

Javier Bustamante Enriquez

Poeta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *