Respirar: el bajo continuo de la existencia

Alguna noche, al despertarnos sin razón, a veces percibimos un sonido sin nombre. Un sonido que puede ser la vibración del silencio y el cual es como si esculpiera el volumen del espacio que percibimos como interior. O bien, del espacio que nos envuelve. Este sonido sin nombre nos sitúa dentro de las coordenadas materiales y nos hace escuchar aquello que el cuerpo puede percibir en su estado de repos: la temperatura corporal, el peso de los miembros, la superficie de la ropa que nos cubre, el ritmo de la respiración, el latido del corazón, la estructura del esqueleto, el volumen de los músculos, el sabor de la saliva, el olor de la cama…

La oscuridad de aquella hora despierta la visión de los otros sentidos corporales. La apertura hacia la desnudez de la existencia: el aquí y el ahora, que podem traducir com la consciencia del presente. Y es cuando la sucesión de presentes que nos ha permitido llegar hasta este presente, pleno de consciencia, cobra sentido: podemos darnos cuenta de que la vida es un milagro continuo, ya que en cualquier momento, per cualquier motivo, podemos dejar de existir. Podemos dejar de estar presentes. 

En algunas piezas musicales hay lo que se denomina «bajo continuo». Es una manera de armonizar que tuvo mucha importancia durante el barroco. Se toca de forma continua durante toda la pieza, dándole estructura y dialogando con la melodía. Era habitual hacer improvisaciones con el bajo continuo, que consiste en acordes tocados por instrumentos de voz grave. El compositor escribía la melodía correspondiente al bajo y unos números que sugerían intervalos y daban a los intérpretes una gran libertad de improvisación y creatividad, haciendo que la misma pieza sonara de manera variada gracias a la herramienta del bajo continuo. Un claro ejemplo es el Canon de Pachelbel.

La respiración es, precisamente, com el bajo continuo de nuestra existencia. Está presente en todo momento y va experimentando variaciones de acuerdo a nuestro cambio de emociones. La frecuencia cardiaca está relacionada directamente con la respiración. Por ejemplo, el hecho de inhalar por la nariz activa la amígdala que es el centro cerebral del miedo. También, cuando inhalamos por la nariz es más fácil recordar aquello que estamos experimentando. En cambio, si lo hacemos por la boca, no se activan las mismas partes del cerebro y se desencadenan otras reacciones. Así de sutil es la relación de la respiración con lo que estamos viviendo. Es causa y también consecuencia.

Hay un equilibrio que se va reinventando todo el tiempo en nuestro sistema vital y, del cual, la respiración es un armonizador natural. Hablábamos de este sonido sin nombre que percibimos en momentos de silencio interior. Es un sonido que está siempre presente, aunque a veces es opacado por otros sonidos y ruidos. Este sonido sin nombre también nos ofrece la libertad del bajo continuo del barroco, ya que nos permite sentir que la vida está variando en todo momento. Está vibrando.

Cuando respiramos, nuestro cuerpo y nuestra alma reciben información. No es lo mismo respirar a la orilla del mar, en medio del bosque o por las calles de una ciudad. El aire que reciben nuestros pulmones y los olores que descodifica nuestro cerebro cambian y producen reacciones bioquímicas, emociones y recuerdos bien diferenciados. De igual manera, nuestra presencia, nuestro cuerpo, nuestra respiración desprende olores que inciden dentro del ámbito donde nos encontramos. Por decirlo de alguna manera, somos respirados también por el ambiente que nos acoge.

Esto vendría a ser lo que es denomina homeostasis, es a decir, el mecanismo de autorregulación que permite establecer un equilibrio entre un organismo y su entorno.

En síntesis, cada ser somos continuidad con la realidad de la cual en formamos parte. No hay ruptura entre nuestra existencia y la existencia de todo lo que nos envuelve. Somos expresiones diferentes y a la vez complementarias de la misma realidad. Cuando respiramos conscientemente, nos anclamos en el presente y podemos ser capaces de darnos cuenta de esta evidencia: somos vida.

 Javier Bustamante Enriquez

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