Es difícil “comenzar de cero”, como suele decirse. Incluso el cero es precedido por el menos uno, menos dos, menos tres, etcétera. El nacimiento de una vida no es resultado de la generación espontánea. Hay otros seres y unas condiciones determinadas que han posibilitado su existir.
Estamos comenzando un nuevo año. El 2021. Y en el corazón de todas y todos quedará el 2020 como un año muy particular. La irrupción de la pandemia mundial del Covid19 marcará un antes y un después a nivel planetario en casi todos los estratos de la vida humana: el sanitario, el económico, el social, el familiar, el ecológico, el tecnológico… Sólo pasados unos años podremos ir ponderando la magnitud de esta pandemia y los cambios que ha venido a ocasionar.
Pero, incluso la pandemia y sus cambios no han nacido de la nada. Si se ha dado como se ha dado es porque las civilizaciones actuales presentaban una serie de características que han posibilitado su expansión mundial y los matices que ha ido tomando en cada rincón del planeta. En estas líneas sería difícil hacer un análisis del porqué de su origen y su desarrollo. Sólo apuntamos que no nace de la nada.
Estamos, pues, ante un comienzo de año civil, 2021, marcado por una densidad de acontecimientos muy fuerte. Nos hemos encontrado con algunos de nuestros límites principales –la salud y la muerte– de una forma poco esperada. Lo hemos hecho de manera colectiva y ante un fenómeno sanitario que se nos escapa del control.
En estos primeros días es difícil imaginarse cómo irán dándose las cosas el resto del año. La tan esperada vacuna está comenzando a administrarse y hay todo tipo de expectativas sobre su efectividad. Será una recuperación lenta, como la de toda enfermedad grave. Y una vez restablecidos, o a la per de irnos restableciendo, tenemos que poner en pie la salud emocional, las relaciones sociales, la economía. Muchas cosas cambiarán y tenemos que orientar dicho cambio para que sea en favor de los más vulnerables.
Situando este momento en clave de fe, quisiera llevar los ojos y el corazón a María, la madre de Jesús, en aquellos momentos en que entrega el cuerpo de su hijo sin vida para que sea sepultado. La Pasión ha sido un golpe duro para su corazón y para el de muchas y muchos de sus amigos y familiares que le seguían. Una sacudida existencial similar a la que estamos atravesando ahora al quedarnos ante un vacío de expectativas y seguridades.
Ante este horizonte incierto, ¿qué hacer? En los evangelios no se nos dice qué fue de María justo después de la sepultura de Jesús. Probablemente hiciera como Él tantas veces: recogerse en el silencio y la soledad para ponerse en presencia de Dios. Sólo desde esas coordenadas se puede re-signar lo ocurrido. Es decir, asignarle un sentido y ver más allá de lo inmediato en dirección de lo trascendente.
María de la Claraesperanza, María en ese simbólico sábado santo en espera contemplativa. Entre el viernes de dolor y el domingo de resurrección se sitúa ese sábado de esperanza. Esperanza humana, por qué no, llena de incertidumbre, de miedo, de duda… pero también de apertura, de memoria, de paciencia.
Este comienzo de año intentemos instalarnos en la esperanza y en la confianza de que las personas y la humanidad atravesamos a lo largo de nuestras vidas por momentos de todo tipo. Pero ninguno es definitivo, todos son parte del proceso de acercarnos más a nuestra esencia, de aprender a ser humanos cada vez más en profundidad.
Reservemos momentos especiales para estar en soledad y en silencio. Respiremos, escuchémonos, sintamos cómo los temores y las dudas se clarifican porque no estamos solos. Dios está en nosotras y nosotros emitiendo amor. Enfocando este año que comienza desde el amor, podremos distinguir mejor el valor de cada momento y será menos difícil enfrentar lo que venga, compartiendo las situaciones con los que están a nuestro lado.