En varios pasajes de los evangelios Jesús se muestra crítico de las jerarquías, sobre todo cuando las personas utilizan sus cargos para imponer una ley que ellas no cumplen o la acomodan a su beneficio.
También crítico del mundo de las apariencias, refiriéndose a aquellos que buscan ser vistos y ocupar lugares de honor, aparentando una conducta contraria a la que realmente llevan.
El moralismo fue otra de las actitudes que criticó, señalando que hay personas que pretenden ocupar el lugar de Dios para influir en las consciencias y en el corazón de las personas con preceptos que se alejan del bien y que colocan una moral abstracta e injusta por encima de la persona concreta y sufriente.
Pero la crítica de Jesús no es una crítica destructiva, quizás ni si quiera pretende ser una crítica. Jesús habla a las persones que le siguen para que abran sus ojos y su corazón a la realidad y rompan el esquema del servilismo y de obediencia ciega a leyes morales que van en contra de toda ética humana.
Jesús, y esta es la verdadera revolución, invita a un levantamiento que no ejerce violencia contra los demás. Su levantamiento es íntimo y profundo. Jesús nos invita al servicio, que no al servilismo. Al servicio entendido como donación, como caridad. Quien sirve, conoce bien a la persona que sirve, por tanto, nos invita a conocernos entre nosotros para saber cómo hacernos la vida mejor.
Este tipo de conocimiento mutuo y de servicio nos lleva a una consciencia de igualdad. Y esto es la verdadera humildad: ponernos todas y todos a ras de suelo y desde aquí crecer juntos, enaltecernos desde la base del amor. Todas y todos a la misma altura, con la misma dignidad.
Hace un año, a consecuencia de la pandemia de Covid19, comenzó el confinamiento en muchos lugares del planeta, convirtiéndose en una especie de cuaresma, de ayuno de presencia, de re-significación de muchos aspectos de la vida social y personal, de tocar fondo. Algunas personas hablaban de que por primera vez a la humanidad entera nos tocaba vivir el mismo fenómeno social al mismo tiempo y sin distinción de condición socioeconómica, creencias religiosas o manera de pensar.
En lo más esencial somos iguales. Lo que nos diferencia, en realidad, es poco, es accidental. Lo que Jesús señala es que eso tan del mundo de las apariencias, de la jerarquización de la vida y de los juicios de valor, abra un abismo de todo tipo de desigualdades y de injusticia social.