Hace unos días encontré el libro Ecosofía. La sabiduría de la Tierra (Fragmenta Editorial: Barcelona, 2021), el cual contiene varios escritos de Raimon Panikkar (1918-2010). Ya había leído algún texto de este gran sabio, pero el título de este pequeño libro me llamó mucho la atención. En la introducción, Jordi Pigem nos habla de tres personas, tres sabios, que llegaron a acuñar el concepto de ecosofía sin conocerse: el filósofo francés Félix Guattari, el filósofo noruego Arne Naes y el filósofo y teólogo indocatalán Raimon Panikkar. A estos tres filósofos podríamos también llamar los primeros tres “ecósofos”.
Para Panikkar, la ecosofía “es, al mismo tiempo, nuestro conocimiento sobre la Tierra y la sabiduría de la Tierra misma, que hemos de intentar escuchar y compartir”. Este nuevo concepto honra la consciencia ecológica, pero la abre a una dimensión intercultural y pretende sacarla de la cosmovisión dominante, planteando un cambio de percepción radical, tanto del ser humano como de la Tierra. Es decir, percibiendo la Tierra como un ser vivo.
Este concepto nuevo –profundo y amplio– sugiere una nueva manera de situarnos ante la realidad, más realista, más humilde y más compartida. Personalmente, quisiera poner énfasis en la escucha de la Tierra.
Para escuchar la Tierra podemos hacer dos caminos: escuchar todo lo que sucede a nuestro alrededor, tanto en un círculo próximo, como remoto, es decir, una escucha exterior. O escuchar la Tierra desde nuestro interior, sabiendo que nosotros y nosotras somos Tierra. Cuando decimos que la palabra humanidad proviene de humus –tierra–, no es que venga de un lugar llamado Tierra, como si hubiese emigrado, sino que la humanidad está constituida de ese humus. Todos los elementos que conforman nuestro organismo provienen de la Tierra.
Ambas escuchas deben congraciarse para crear una escucha más real. Como la visión en tercera dimensión que se creaba antiguamente con los visores estereoscópicos. Se necesitaban dos imágenes, aparentemente iguales, que, unidas, generaban la profundidad de campo. Pues de forma similar, la escucha exterior y la escucha interior le dan hondura a nuestra percepción de la realidad, nos permiten saber más de la vida. Saber, de sabiduría como un proceso de aprendizaje, y saber, de sabor como un proceso más orgánico. Estas dos dimensiones, la intelectual y la física, nos despliegan una tercera dimensión que es la espiritual, la que nos permite conectar desde lo invisible con la realidad: sentirnos Tierra.
A esta escucha más profunda se llega por el silencio. Hacer silencio no es sinónimo de callar, cerrar la boca, y con ello cerrar los sentidos. Al contrario, hacer silencio implica abrir la escucha. Escuchar proviene del latín auscultâre, “inclinar la oreja”, lo cual conlleva ladear la cabeza, desplazar nuestro centro, salir de sí mismo. La escucha, tanto interior como exterior, nos mueven a descentrarnos abriendo nuestra percepción a lo otro que está fuera de mí y a ese otro que también soy yo.
Esa actitud silenciosa, de inclinarse para acoger la realidad, la cultivamos especialmente cuando estamos a solas y sin estímulos externos. Ahí podemos escucharnos más nítidamente y paladear que somos Tierra. Pero, también podemos ubicarnos silenciosamente cuando estamos en compañía de otras personas, de otros seres vivos, en medio del bosque o del mar o, incluso, de una gran ciudad. Abrir las capacidades de nuestro ser, disponernos porosos, para escuchar lo que dice la Tierra.
Desde esta escucha podemos captar la sincronía de la vida. Esa dimensión profunda donde se puede percibir cómo todo está interconectado: todo interdepende de todo para existir. Tal es la esencia del equilibrio. Inclinando la oreja podemos percibir simultáneamente una sinfonía de sonidos. Pero es que, inclinando la vista también podemos captar gamas indescriptibles de colores y formas. E inclinando el cuerpo hacia distintas posiciones o desplazándonos por el espacio, podemos palpar diferencias de temperatura por todos lados.
Una escucha de la vida también nos lleva a sintonizar con otros seres vivos: minerales, animales, vegetales, humanos. Cada ser tiene su trayectoria vital y las trayectorias se van intersectando generando una red por donde circula la vida.
Durante el confinamiento del 2020 por el Covid19, los animales de manera silvestre comenzaron a habitar los pueblos y ciudades. Pareciera que escucharan que los seres humanos habían despoblado los espacios públicos y por un principio de homeostasis y equilibrio, ellos fueron llenando ese vacío. La naturaleza escucha.
Pero la escucha sería en vano si no nos mueve a una transformación interior que nos desvele nuestra pertenencia a la Tierra, al universo, a la Vida. Recojo nuevamente palabras de Panikkar para concluir. Estamos en una “crisis mucho más profunda que no puede resolverse con nuevas tecnologías y medidas, por más importantes que sean. Para afrontarla necesitamos calma (es decir, serenidad), empatía (es decir, esfuerzo), distancia (es decir, interculturalidad), contemplación (es decir, síntesis de teoría y práctica). Sólo una metamorfosis puede salvarnos”.
Otra palabra con raíz humus es humildad. Descalcémonos de nuestra soberbia y escuchemos que somos Tierra para aprender a amar esta única oportunidad de vida que tenemos y actuar en consecuencia. Sintamos cómo sabemos a Tierra: cuidémonos cuidándola.