El viento dobla la esquina. Va deprisa. Se pierde entre las calles. A veces no sabe si entrar por el quicio de una puerta inexistente que no le ofrece ninguna resistencia o salir despedido de una habitación sin techo y perderse en la inmensidad azul. El viento no se ve, pero se escucha. Su paso es sonoro: silba, empuja ventanas, cruje restos de techumbres, despeina ramas. También susurra y, entonces, obliga a escuchar, ya que entredeja oír palabras. El viento es caprichoso, no solo porque hace lo que quiere y va donde quiere, sino porque se da la libertad de dejarse ver cuando quiere. Sí, súbitamente se agacha, toma un hilacho de polvo y se lo enreda igualito que un rebozo. Y se va dejando restos de indumentaria por el camino. Como diciendo: sígueme.
En Pozos el viento mora a sus anchas. Conoce todas las historias de las antiguas casas señoriales. Ha conversado con cada una de sus estancias. Se ha rozado con cada una de sus piedras. Se ha tendido a dormir en los rincones más frescos. Los visitantes dicen que Pozos es un pueblo fantasma: es porque lo ven con ojos de fuereño. Si se sentaran a escuchar al viento o a conversar con sus interlocutores, los habitantes del lugar, verían que Pozos está lleno de vida. Si no, pregúntenle a las piedras, que no paran de contar su pasado glorioso y su presente aún más palpitante.
De las entrañas de la tierra
Mineral de Pozos es un antiguo pueblo minero mexicano situado en el estado de Guanajuato, en el centro del país. Recibe su nombre de los profundos tiros de mina, cual pozos, que aún pueden observarse. Fue asentamiento de culturas chichimecas, huachichiles, copuces, guaxabanes y pames. En 1576, los jesuitas fundaron una misión llamada Palmar de Vega, origen del actual pueblo. Pocos años después se descubrieron yacimientos de minerales como oro, plata, mercurio y cobre y comenzaron los asentamientos regulares dando paso a un desarrollo minero importante para la localidad.
No todo fue auge, Pozos pasó por varios momentos de decadencia. El primero se dio a raíz del movimiento de independencia de México, a comienzos del siglo XIX, llegando a paralizarse por completo la actividad. Para la segunda mitad del siglo, la vida minera en el pueblo tomó un segundo aire. Surgieron casas de hospedaje y alimentación, tiendas, licorerías e, incluso, un teatro. Este nuevo esplendor atrajo inmigración francesa, española, italiana, inglesa y norteamericana. También llegaron trabajadores de diversas regiones del país. La bonanza se vio reflejada en el ámbito social y educativo.
Este ascenso se consolidó durante la dictadura de Porfirio Díaz, la cual concluyó con la Revolución Mexicana en 1910. En aquel periodo, Mineral de Pozos llegó a contar con ochenta mil habitantes. Después de este esplendor truncado comenzó el verdadero declive, agudizándose durante la revolución cristera en el año de 1926. La crisis internacional de los años 20 también contribuyó a que se alejaran las inversiones extranjeras.
A todo esto, sobrevino el abandono masivo de trabajadores, desmantelándose la industria y vendiéndose la maquinaria. Para mediados del siglo XX, la población de Mineral de Pozos se vio reducida a 200 habitantes. De las entrañas de la tierra vino el esplendor de la que una vez fuera considerada ciudad de Mineral de Pozos. Su historia se fue tejiendo con hilos de metales preciosos. Probablemente esta riqueza solo adornó a los amos de las minas y quedó inmortalizada en señoriales construcciones, sin embargo, esconde historias anónimas de explotación que quedaron enterradas en esas mismas entrañas.
La piedra animada
El mejor acompañante para escudriñar en el misterio de la belleza artística y natural de Pozos sigue siendo el viento. Uno ha de dejarse conducir por él, escuchándole, deteniéndose en sus pausas, abrevando del sonido que se cuela por las grietas y los cactus, apresurando el paso para no rezagarse.
Caminando por sus calles de tierra y a sus alrededores, poco a poco descubrimos que aquel paisaje semidesértico poblado de cactáceas y matorrales y sembrado de vestigios arquitéctonicos, constituye un universo parlante. Los edificios nos muestran su antiguo esplendor y, a la vez, son el marco de una interesante vida cultural que se ha desarrollado en las últimas décadas.
Existe un amplio grupo de artistas repartidos por el pueblo dedicados, desde hace años, a la construcción de instrumentos musicales prehispánicos. Instrumentos de cuerda, de viento, de percusión, trabajados en madera, piedra, barro… También hay grupos locales que mantienen viva esta música ancestral.
Y, más recientemente, una oleada de artistas de otras disciplinas, sobre todo plásticas, han descubierto este paraje de inspiración y tranquilidad. Ahí han asentado sus talleres y galerías donde exponen trabajos propios y ajenos. Por si fuera poco, diversos festivales artísticos de carácter nacional e internacional se dan cita a lo largo del año en Mineral de Pozos. También ha sido escenario para la realización de varios filmes.
¿Un pueblo habitado o un pueblo deshabitado? Todo depende de la capacidad para detenerse a “estar” en Pozos. Sentir el pulso de aquella tierra y sus actuales moradores transmiten la certeza de que hasta las piedras están vivas.