Continuamos con nuestra serie dedicada a leer en «clave de Historia» el libro 22 Historias clínicas –progresivas– de realismo existencial, del doctor Alfredo Rubio (Edimurtra: Barcelona, 1985). Este libro contiene narraciones reales de personas que van reflexionando sobre su existencia y sacando conclusiones acompañadas de su autor.
Del estudio de dichas historias clínicas, es decir, didácticas, podemos dilucidar evidencias que son también leíbles en lo que llamamos Historia. En esta entrega nos abocaremos a la historia número seis. Esta trata de un matrimonio: Concha y Nacho. Ellos son padres de cuatro hijos. Ya antes de casarse soñaban con ser madre y padre, pero se cuestionaban si al igual que ellos serían felices engendrando vidas, sus hijos serían felices habiendo sido engendrados sin ser consultados.
Concha y Nacho, libre y responsablemente darían vida a otros seres, pero, junto con la vida también les darían la muerte. Es decir, los concebirían como seres mortales. Con todo lo que esto conlleva a nivel físico y emocional.
Tomando como marco este planteamiento existencial, ¿cómo podemos extrapolarlo a la Historia?
El estudio de la Historia puede aportarnos luces al respecto, baste con pensar que los seres presentes somos fruto de seres pasados: generaciones de seres humanos son co-engendradores (directa e indirectamente) de las personas que existimos ahora mismo. Muchas de estas personas, ya fallecidas, nos han otorgado la vida… ¡y al mismo tiempo la muerte!
Ninguno de los actuales hemos pedido nacer, mucho menos en las condiciones concretas en que hemos nacido. No hemos elegido color de piel, nacionalidad, condición socio-económica, género… Nuestras circunstancias nos condicionan, pero no son elecciones libres ni de nuestros progenitores ni nuestras. De pronto, cuando adquirimos consciencia de ello, nos encontramos existiendo. Y lo que es más trascendental: nuestra vida contiene su muerte en germen. Es como si estuviésemos programados para la caducidad.
Brevemente quisiera hacer referencia a un personaje poco conocido del México del siglo XVIII-XIX que tuvo un papel «histórico» en los comienzos del movimiento de independencia. Se trata de Epigmenio González (1781-1858). Epigmenio, junto con su hermano, quedaron huérfanos desde niños, después estuvieron a cargo de su abuelo, el cual también murió. Una mujer buena se encargó de darles trabajo y les hizo herederos de su negocio. Siendo joven, Epigmenio se casó y engendró con su esposa tres hijos, los cuales murieron prematuramente. Al poco tiempo su joven esposa también murió. ¡Vaya vida tan acompañada de muertes significativas!
Sin embargo, Epigmenio continuó adelante. Se introdujo en el mundo de la cultura, a través de tertulias literarias, las cuales resultaron ser los espacios donde las ideas liberales crecían y donde se fue fraguando el movimiento insurgente que en el 1810 daría inicio a la Independencia de lo que hoy conocemos como México.
Epigmenio era el encargado de esconder el armamento y la pólvora en su comercio. Días antes de estallar la Independencia fue descubierto y hecho prisionero. Durante seis años fue trasladado de una cárcel a otra del país. Después fue condenado a las terribles cárceles que el reino de España tenía en las Filipinas. Fue el primer hombre en ser apresado por la causa y también el último en ser liberado casi treinta años después. La suya fue una lucha por sobrevivir contra toda esperanza.
Años después de haber sido reconocida la independencia, por fin fue liberado. Aún tuvo que esperar un año en Filipinas buscando la manera de volver a México, ya que no tenía los medios económicos para hacerlo. Años antes de volver ya era considerado un héroe. A su regreso aún vivió bastantes años trabajando casi hasta los 70 en que la epidemia del cólera le arrancó la existencia.
¿Y cómo sabemos todo esto? Gracias a que Epigmenio siempre mantuvo correspondencia con distintas personas. Cartas, muchas de las cuales no llegaron a sus destinatarios, pero que se salvaron en Filipinas y en las otras prisiones y que el mismo Epigmenio se encargó de recuperar. Eran la prueba de su lucha por sobrevivir y ellas se encuentran cargadas de resiliencia, esa gran capacidad humana de transpolar las experiencias difíciles en aprendizaje y en motor de vida. Su biografía es un «sí a la existencia», a pesar de las circunstancias que le tocó cruzar.
A pesar de las muertes que acompañaron a Epigmenio, él supo abrazar la vida tal y como se fue presentando.