En una entrega anterior de esta sección, hacía yo una relectura del libro 22 historias clínicas de realismo existencial, del Dr. Alfredo Rubio, en la cual me basaba en uno de los casos clínicos para hacer un paralelismo con el estudio de la Historia. Comencé con la “historia cero” y, a partir de ella, intenté imaginar la historia cero de la Ciudad de México: su fundación.
Ahora quisiera retomar el hilo y continuar con la “historia uno” de esos casos que, pedagógicamente, nos expone Alfredo Rubio. La historia uno es estremecedora, ya que nos narra el posible no nacimiento de una persona. Una madre, accidentalmente, sufre un aborto. A los pocos meses vuelve a quedar embarazada y, sin ningún contratiempo, nace un niño. Con los años esta persona cae en la cuenta de lo importante que fue ese aborto en su vida. Un hecho que, de entrada, es triste y no deseable porque implica una muerte, también puede ser ocasión de vida. Su única posibilidad de existir.
Dentro de su reflexión, el sí nacido se daba cuenta de que cualquier factor que hubiera incidido en las causas de su engendramiento, si hubiera sido distinto, hubiera ocasionado su no nacimiento.
Me volveré a tomar el atrevimiento de trasladar las conclusiones de esta hazaña biográfica al plano de la Historia. Con mayúscula.
En el año 1992 se celebró el quinto centenario del encuentro de las culturas europeas con las culturas de lo que ahora llamamos continente americano. Fue una efeméride muy polémica. Algunos la llamaban decubrimiento, otros encuentro, otros más choque de culturas, algunos exterminio y colonización. El prisma de un acontecimiento histórico de tal magnitud arrojaba muchas gamas de colores. Cualquier comentario o enfoque debe explicitar desde dónde se hace y ser prudente por la distancia histórica que nos separa de dichos acontecimientos.
Lo cierto es que causó mucho sufrimiento a personas, sobre todo de los primeros momentos. Situaciones de abuso de poder, enfrentamientos violentos, enfermedades, dominación… En pocas palabras, un exterminio perpetrado desde la ambición, la insconsciencia, la ignorancia. Este exterminio, salvando todas las distancias, me hace volver la mirada hacia aquel ser de la “historia uno” que murió y que fue un factor concatenante de la vida del que sí pudo nacer.
Muchas personas, todas con rostro, nombre e historia, murieron o sufrieron las consecuencias nefastas de ese “encuentro de culturas”. Y es indeseable lo que sucedió y más indeseable el que se vuelvan a repetir situaciones así. Pero lo que no podemos obviar es que, gracias a que los acontecimientos se dieron como se dieron, muchos millones de personas habitantes de este siglo XXI le debemos la existencia. Tanto de uno como del otro continente.
Sí, somos fruto de lo “deseable”, pero también de lo “indeseable” en la Historia. Y sin toda la cadena de sucesos que nos anteceden, nosotras y nosotros, los contemporáneos, no podríamos existir. Yo, que soy latinoamericano, podría caer en la tentación de juzgar a los europeos actuales por habernos conquistado y ocasionado mal hace quinientos o cuatrocientos años, pero es que ni los europeos actuales ni yo existíamos hasta hace menos de un siglo. No somos causantes, y por tanto culpables, de lo acontecido antes de nuestro existir.
Hemos de ser conscientes que el estudio de la Historia, y también de nuestra propia historia, nos debe ayudar a comprender las causas que condicionaron nuestra existencia. Y, lo que es más importante, esta comprensión nos debe ayudar a ser libres de esas causas. No estamos condenadas ni condenados a ser víctimas del pasado. Hemos de ser autores de nuestro presente. Éste es el único que podemos moldear y que será el pasado de los futuros que nos precederán.