Al llegar la noche se cierran buena parte de estímulos que provienen del exterior de nosotros mismos. Algunos permanecen, pero para acompañarnos en el descanso. La noche es el ámbito del retiro por excelencia. Durante esas horas puedo quedarme realmente solo y guardar silencio. Los demás también se han retirado a dormir.
Además de lo necesario que es el sueño y el descanso como una función fisiológica y mental, es un regalo para nuestro ser y un motivo de profunda celebración. Llegar a la noche ha implicado una larga jornada de esfuerzo físico, de desgaste emocional, de recepción de muchos estímulos y de respuesta a las circunstancias que nos han envuelto durante el día.
La noche, pues, es un tónico para el espíritu, para la mente y para el cuerpo. Llegado este feliz momento, en la intimidad de nuestro hogar nos cambiamos de ropa por una que facilite el descanso, vamos bajando las revoluciones, matizamos los sonidos, la luz, la temperatura ambiental… Limpiamos nuestra cara, dientes, quizás un baño porque nos sienta mejor a esa hora. Dejamos listas algunas cosas para la jornada siguiente.
Nos alistamos así para internarnos en el sueño, esa especie de muerte cotidiana, ese abandonarse y abandonar todo. Nuestra habitación deviene nuestra madriguera, nuestro refugio nocturno donde la seguridad y la comodidad son vitales.
Soledad, silencio, oscuridad nos conducen al misterio de la vida. Ahí dejamos de ser quien controla la situación para, simplemente, ser. ¡Qué libertad y qué descanso! Dejo de ser el personaje que actúa cada día para ser yo mismo o yo misma. Me entrego a lo que suceda en el sueño. Al día siguiente seré capaz o no de recordar alguna cosa, pero eso no importa tanto, lo vital es que durante las horas nocturnas en que he descansado se ha alimentado todo mi ser de mí mismo. He cerrado un ciclo para comenzar otro.
Es importante de qué nos abastecemos cada día, porque durante la noche lo que hemos comido y bebido, las vivencias que hemos tenido, los encuentros y desencuentros, hasta los olores y colores, nos acompañarán. Y todo esto continuará procesándose en la noche, ese misterioso laboratorio existencial.
Así como nos preparamos físicamente para dormir y acondicionamos nuestro entorno, también nos ayuda a internarnos en la soledad y el silencio nocturnos el redimensionar lo que ha sucedido durante el día. Contemplarlo con perspectiva y despedirnos de ello, conciliándolo en nuestro interior, incluso reconciliándonos con lo que nos haya producido desasosiego. Es una manera de darle las buenas noches a mi día y, literalmente, poder “descansar en paz” durante aquella noche.
Porque sí, cada noche es como una muerte, un ocaso, un despedirse de todo y de todos. Solemos decir hasta mañana, pero podría ser que nuestro mañana se diera en otra dimensión, por eso la importancia de reconciliarnos cada noche con nuestro día. Acogerlo tal y como haya sido. Saber frenar y no querer alargar el día restándole noche a nuestra vida.
Quisiera terminar esta reflexión con la imagen del yin y el yang. Esas mitades que no son rígidas, sino flexibles en sus límites, queriendo visibilizar cómo el paso de una a otra es gradual. La noche y el día son iguales, de hecho, no se oscurece ni amanece de golpe. Pero hay un detalle más. En cada una de las mitades hay un punto, un algo, de la otra mitad, queriendo mostrar que cada una contiene información de la otra. La dualidad, así, se convierte en complementariedad y en espejo.
Pero ese puntito de una en la otra es esencial porque nos muestra lo que decíamos párrafos atrás: lo que hemos vivido en el día continúa de alguna forma en la noche. Y viceversa, la manera en que hayamos descansado en la noche se verá reflejado en el día. Ese retiro nocturno, ese reposo, esa distancia con las actividades y las personas, nos ayuda a vivir mejor el día siguiente.
También la presencia de la noche en el día es una sugerencia a buscar horas –ojalá diarias o semanales– para retirarnos en plena luz del día y adentrarnos en la soledad y el silencio. Abandonar lo que hacemos y lo que somos para los demás y sumergirnos en esa libertad interior que permite que se expanda nuestro ser. No es llevar la noche al día o hacer una siesta, sino llevar los beneficios del retiro, del encontrarse a solas y en silencio de manera consciente para contemplarlo todo desde la serenidad y el amor. Esto incluye también contemplarnos a nosotros o nosotras mismas desde esa serenidad y ese amor.
Javier Bustamante Enriquez