Durante la segunda mitad del siglo XIX fue presidente de México Benito Juárez. Le tocó encabezar movimientos liberales, sofocar rebeliones y, sobre todo, luchar por la soberanía internacional y la no intervención de los países en asuntos internos. A él se debe la frase: “Entre las personas como entre los pueblos, el respeto al derecho ajeno, es la paz”.
Muy complejo fue el periodo que gobernó Juárez, pero querría sólo destacar la frase anterior porque nos lleva a la historia 18 del libro 22 historias clínicas –progresivas– de realismo existencial. Hace varios números que vamos trasladando el contenido de cada una de las historias que relata el texto al panorama histórico internacional. Su autor, Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona, 1919-1996) fue un gran humanista y a través de este libro creó una antropología a través de la cual la persona encuentra claves para anclarse en la realidad de manera humilde y libre.
Pues la historia 18 nos habla justamente del libre albedrío y las potestades innatas de cada individuo. La frase del presidente de México quería expresar precisamente esto. El contexto era determinante: aquel país estaba sufriendo intervenciones militares por parte de España, Francia y Estados Unidos. De ahí su postura de la libre autodeterminación de los pueblos. Es decir, del libre derecho a ejercer sus propias potestades sin injerencia externa.
Y pone como piedra de toque la Paz. El respeto al derecho ajeno es la paz. Esto implica también un conocimiento y un reconocimiento de la propia identidad, lo cual también es fuente de paz. A Juárez le tocó protagonizar décadas muy inestables de la historia de México desde su bando liberal.
Volviendo al libro de Alfredo Rubio, la historia 18 pone en diálogo a dos parejas de jóvenes universitarios de diferentes continentes que viven juntos. Uno de ellos, de origen africano lleva la voz cantante y defiende la postura de que nadie tiene potestad sobre otra persona, ni si quiera los padres sobre los hijos. Estos sólo gestionan la potestad de los pequeños hasta que puedan irla asumiendo autónomamente. Vamos, en boca del joven, ni Dios tiene potestad sobre la obra de su creación. Es el libre albedrío de cada ser vivo llevado a su máxima expresión.
Potestades y libertad, un binomio que se armoniza mutuamente. La potestad nos la definen como: poder o autoridad que alguien tiene sobre una persona o una cosa. Pues nuestro joven amigo de la historia 18, un africano de nombre To-wo-hú, habla de la potestad sobre sí mismo traduciéndola al libre albedrío. Ese poder y esa autoridad que cada quien debería desarrollar en su propia persona y no querer intervenir en el de los demás.
No en vano nuestro protagonista proviene de África, continente marcado por una historia de intervención y dominio colonial y, anteriormente, también de lucha entre reinos. La falta de libertad de las diferentes etnias y la creación artificial de países fruto de la invasión, se suma a algunos rasgos patriarcales que limitan la libertad de las personas. Estas son las circunstancias que llevan a To-wo-hú a defender el que nadie tiene potestad sobre nadie. Es decir: nacemos libres, los adultos que nos forman han de ir ayudándonos a descubrir y hacer crecer esta libertad original hasta alcanzar una autonomía que desemboque en relaciones sanas basadas en el respeto y el reconocimiento mutuo.
Como le pasó a Juárez en un contexto internacional, a To-wo-hú probablemente también le costó su lucha interior y la defensa de su postura llegar a ver esta evidencia: somos seres libres por naturaleza. Pero esta libertad singular ha de armonizarse construyendo una libertad compartida. Mi libertad no termina donde comienza la tuya, sino que mi libertad convive con la tuya. Juntas se retroalimentan y se hacen crecer.
Javier Bustamante Enriquez