Así se llama la Historia 16 del libro 22 historias clínicas –progresivas– de realismo existencial. Es el texto que venimos trabajando en esta sección y que nos sirve para hacer una lectura de la Historia desde la visión antropológica del realismo existencial. Su autor, el doctor Alfredo Rubio de Castarlenas, nos habla en este capítulo sobre Julián, un hombre que, aunque no pudo tener hijos biológicos, sentía paternidad por las hijas de una antigua pareja suya.
Explico un poco mejor siguiendo el hilo de la historia clínica. Julián, cuando vio que no podía ofrecer un futuro estable a su novia, decidió alejarse de su vida para que ella pudiera conocer otras personas y quizás casarse con alguien que le hiciera más feliz. Con el tiempo su ex novia se casó y tuvo dos hijas. Julián se sentía contento por ella y su situación vital y comprendía que esas niñas también existían gracias a su decisión de retirarse de la vida de su madre. Si no, no hubieran nacido.
Esta “paternidad difusa” de Julián le hacía experimentar aquella paternidad biológica que no podía ser. De forma muy indirecta había contribuido a que unos seres tuvieran vida. El término difusión del ser no quiere decir que se difumine o se disuelva, sino que se difunde. En este caso, se difunde por caminos consustanciales.
¿Y qué relación tiene con la Historia? Mucha, ya que la Historia se nutre de historias. Las historias singulares de las personas son los hilos que tejen la Historia de un pueblo, de un país, de la humanidad. Historias familiares, como la de Julián, nos hacen pensar en los árboles genealógicos. Normalmente, en esta esquematización del origen de una persona, vemos cómo hay un tronco común que se ramifica hasta hacer aparecer a las personas concretas como sus frutos. Un árbol genealógico nos permite visualizar las relaciones interpersonales de grupos humanos, situándolos en la Historia.
Un árbol genealógico puede ser muy sencillo o muy complejo. Alcanzar unas cuantas generaciones o llegar a siglos de antigüedad. También contener datos muy básicos, como el parentesco, o enriquecerse con anécdotas, fechas importantes, minibiografías de los componentes del árbol.
La imagen de árbol nos habla de raíz, tronco, ramas y frutos. El ejercicio de hacer un árbol genealógico, implica un viaje a nuestras propias raíces. Depende del lugar desde donde nos dispongamos, podemos ser un fruto, una rama o la raíz de una familia. En todo caso, siempre es una herramienta relacional y gráfica, es decir, que permite visualizar, hacer sensible, poner palabras.
Pero, la historia de Julián nos aporta muchos más: nos sumerge en una capa de la Historia poco explorada. Aquellas causas que han posibilitado las relaciones humanas que han devenido en uniones de personas que acaban procreando nuevas vidas. Esto nos ayuda a llegar a la evidencia o conclusión de que somos productos de una combinación precisa, es decir, que si algo en la historia anterior a nosotros hubiera sido diferente, no existimos. Somos hijos e hijas de muchas madres y padres que no nos dieron a luz. Hay una paternidad/maternidad social que tendría que ayudar a no considerar a los hijos e hijas como una exclusividad o propiedad.
Un padre y una madre biológicos han sido nuestra única posibilidad material, pero a nivel antropológico, somos procreados por un grupo humano. Estamos inmersos en una matriz de relaciones humanas y no humanas. Hasta el oxígeno es causa de nuestra existencia.
Cada ser existente difundimos vida y, eso, va escribiendo historias que construyen la Historia. Apreciarlo de esta manera nos hace más contemporáneos y más solidarios de las personas que nos rodean.
Javier Bustamante Enriquez