A lo largo de los últimos dos mil años muchas personas santas han dejado escritas oraciones y alabanzas o alguien ha recogido sus palabras y ha creado bellos poemas dirigidos a Dios o expresados desde la presencia de Dios. Oraciones que recogen el sentir y el pensar de personas que encarnan culturas diferentes, pero que todas en esencia nacen de esa relación con Dios.
Dentro de los libros que conocemos como el Antiguo Testamento para la tradición cristiana, existe el libro de los Salmos. La palabra hebrea salmo quiere decir “alabanza”. Los salmos son composiciones poéticas de diferentes estilos e intenciones: himnos, mesiánicos, lamentaciones grupales o individuales, escatológicos, de súplica, didácticos, historicistas, de acción de gracias grupales e individuales…
Aunque muchos se atribuyen al rey David, una buena cantidad tienen otras autorías, por ejemplo: Moisés, Asaf, Herman, los hijos de Core, Salomón, Etan y Jedutum y algunos de ellos sin determinar a los que se llaman Salmos Huérfanos. El rey David, ciertamente, dio un gran impulso a la poesía salmódica y la organizó para la liturgia.
Los salmos forman parte de nuestra liturgia cristiana y son herencia del judaísmo, debido a que el cristianismo nació en su seno. Sin embargo, podríamos, en pleno siglo XXI, revalorizar todas aquellas composiciones poéticas de estos más de dos mil años de cristiandad: alabanzas, oraciones, cantos de todo tipo que han surgido después de la resurrección de Jesús y que recogen la diversidad cultural de todo el mundo a donde ha llegado el Evangelio.
Sería una gran labor recoger, ponderar, escoger aquellas composiciones que puedan incorporarse a la liturgia como un nuevo salterio o salmodia pascual, sin excluir los salmos existentes. Nuevos acercamientos poéticos a la dimensión trascendental con los cuales orar y que nos sean familiares culturalmente, con un lenguaje contemporáneo y que asuma la diversidad humana.
La palabra poética es continente de aquello que es difícil pronunciar con el lenguaje coloquial. Cuando una plegaria nace del silencio de la contemplación de Dios, es fácil que quien lleve esas palabras a su corazón y a sus labios, recale nuevamente en ese silencio contemplativo. “No tengáis miedo”, dejó dicho Jesús en muchas ocasiones. No tengamos miedo en crear odres nuevos para el vino nuevo: nuevas composiciones inspiradas por el Espíritu Santo que recojan lo que la experiencia de un Jesús resucitado va sembrando en nuestros corazones. Y que estas nuevas “alabanzas” nos acompañen en nuestras celebraciones religiosas y en la intimidad de nuestra relación con Dios, como lo hicieron hace miles de años los Salmos con el pueblo judío.