Entre las paredes, el suelo y el techo de una habitación lo que hay es vacío. Un vacío contenido por estos límites que permite ser habitable. Como el vaso que posibilita contener agua para ser tomada. El agua que, comúnmente fluye por la naturaleza, es domesticada por unos momentos para poder ser asimilada por la persona. De manera similar, la habitación es una construcción física y simbólica que nos permite sentirnos contenidos en medio del vacío. Y dentro de ella colocamos los elementos que nos son necesarios para dar sentido a dicho espacio.
Entre es la palabra clave. Es el intersticio o la distancia que hay entre los elementos de la realidad: personas, seres vivos, fenómenos naturales, objetos… Aquí es donde se expresa el vacío. Vacío que no es ausencia, sino presencia silenciosa y sobretodo continuidad. La distancia entre un ser y otro es la continuidad que se establece entre ellos. Este vacío permite que haya relación y hasta armonía entre todos los elementos que comparten un mismo espacio limitado. Por más disímiles o aparentemente ajenos que parezcan estos elementos.
Ni si quiera podemos decir que este vacío sea necesario, porque es previo a la concepción de la palabra “necesario”. Más bien es vital. Sin esta condición de distancia, de separación, de intersticio, los seres no podríamos con-vivir.
Trasladado al lenguaje humano, esa distancia entre los sonidos que reconocemos como palabras es el silencio mismo. Sin silencio, una frase sería como una sola palabra kilométrica incapaz de transmitir ideas. El silencio permite una distancia temporal entre una palabra y otra para que los sonidos que le corresponden puedan expresar el sentido que tienen.
El espacio físico (y simbólico) que más nos concierne, el que nos es más íntimo y a la vez más extraño, es el propio cuerpo. Lo experimentamos como una entidad compacta que se desplaza, pero de compacto no tiene nada. Existen microdistancias en todo él que le permiten vivir. Las más externas son los poros y los grandes orificios que tienen que ver con los sentidos y con funciones tan vitales como respirar, alimentarnos y deshacernos de la materia que no hemos aprovechado. Pero es que al interior de este envolvente que es la piel hay distancias atómicas, moleculares, celulares, entre los órganos y demás sistemas que son expresión de vacío.
Dentro del pensamiento oriental antiguo, el vacío no es la ausencia de la materia o del sonido, sino su libertad. Nuestras sociedades se van volviendo cada vez más intolerantes al vacío. Los intersticios de la vida son llenados con hipercomunicación, hiperconectividad, ocio programado, estímulos constantes, velocidad en el transporte, eficiencia, teletrabajo… Aspectos como la libertad, la imaginación, el azar, la imprevisión, la espontaneidad, la sorpresa y tantos otros que hunden sus raíces en el vacío, están siendo extirpados de la experiencia humana y reemplazados por otros “de diseño” que van generando una humanidad “a medida”.
Y es que, para que entre tú y yo pueda haber algo, tiene que haber una nada que lo posibilite. Nada que es transparencia del Todo.
Comenzamos esta reflexión situándonos en el espacio interior de una habitación, con sus límites físicos necesarios para reconocerla como tal habitación. Sin embargo, estos límites lo son también hacia afuera. Vendrían a ser como la membrana de la célula que le permite estar en el espacio y relacionarse con otras células.
Lo que nos permite existir a todos los seres es la interrelación. Somos interrelación. Y ya esta palabra compuesta nos lo dice: inter y relación. Lo que sucede a más de una entidad y el espacio o vacío donde sucede.
Para concluir, el vacío al que me he referido obviamente no es un vacío absoluto, en él existe aire, como en el océano agua. Pero es que, incluso las moléculas que componen estos medios también están compuestas por extensas porciones de nada: de sinsentido humano.
No desterremos el vacío de nuestras vidas porque con él se va gran parte de…