El silencio implica escucha, apertura, pasión, sintonía, reposo, abandono… Actitudes que requieren, más que búsqueda: encuentro.
Cuando escucho me desnudo de mi voz propia y me dejo arropar por la voz de la realidad. Esta escucha me aporta porosidad ante la existencia: las barreras se ablandan, los límites se convierten en posibilidades, no en imposibilidades.
Cuando escucho, instantáneamente tomo consciencia de la respiración. A cada inhalación noto cómo estoy habitando en mí mismo y se establece una conexión con lo que me rodea. Es como si me depositara en el aquí y el ahora para que la vida me toque, me salga al encuentro. Si voy ahondando en la respiración llego a un estado de conmoción que conduce a la vulnerabilidad.
Escuchar me vuelve vulnerable, consciente de lo falible que puedo ser y, por tanto, respetuoso con la vida: humilde. La escucha me postra en tierra.
Cuando estoy expuesto al ruido, el cuerpo se contrae, se tensa, se pone a la defensiva. Por el contrario, cuando estoy en condiciones de silencio o en actitud de silencio, todo mi ser se relaja: se abre. Es como un poro que puede poner en comunicación el afuera y el adentro, creando la homeostasis necesaria para vivir.
El silencio, cuando salgo a él y me expongo a sus efectos, me torna un ser “abriente”. No abierto, que sería un estado conclusivo, sino abriente, es decir en constante apertura. Como esas flores que abren y cierran durante la jornada según sea su naturaleza. Hay algunas que abren sus pétalos de noche y exhalan su perfume. En cambio hay otras que necesitan del calor del sol para incorporarse e, incluso, seguir el curso de la luz.
La apertura conlleva éxodo, migración. Se sale al silencio y ahí se es encontrado.
Pareciera que pasión es pasividad, sin embargo, en la pasión ¡hay tanta actividad! El silencio no es pasivo. El silencio es vida y, como tal, contiene un gran dinamismo. En silencio me encuentro gozando y sufriendo: porque me encuentro yo. Y si me encuentro yo, esto no me deja indiferente.
La pasión se asocia al músculo del corazón, que es más que un músculo. Es el lugar simbólico donde se anudan el cuerpo y el alma. Y digo simbólico porque el cuerpo y el alma se ensamblan en todos los órganos, músculos, huesos, fluidos: en cada partícula de mí mismo el alma y el cuerpo están siendo unidad. Incluso más allá: hacia donde se despliega mi alma, el cuerpo la acompaña.
Siempre soy más allá de mí, el silencio me ayuda a ser consciente de ello.
Si puedo ser más allá de mí (un más allá que es hacia “afuera” y hacia “adentro”), puedo saborear la sintonía con el “Todo”. Sintonía que no significa tener el mismo tono, sino que mi tono, mi densidad, es parte real, consciente, amante, gozosa de ese Todo que me hace ser.
Silenciarse es situarse en el propio tono, ni más alto ni más bajo (humildad justa), para encontrarse siendo entre todo lo que es y todas y todos los que son. Sintonía que es dinámica, que se adecúa, que se tuerce si es preciso para consonar.
Sintonizar conmigo mismo: quizás la empresa que requiera del mayor silencio.
Para que el agua sea cristalina requiere reposo. Cuando se agita, las partículas pesadas que se encontraban en el fondo se dispersan en todas direcciones, enturbiando y confundiendo los planos. Se requiere tiempo y que las circunstancias que causaron agitación disminuyan para que las partículas se sedimenten y el cauce de la vida fluya de nuevo con claridad.
Como en un ciclo de causa-efecto, silencio y reposo se necesitan mutuamente. Cuando pierdo silencio, he de buscar reposo para que éste brote. Cuando todo es agitación en mí, debo ponerme en reposo para que el silencio me encuentre y pueda ser yo claro para la vida.
Reposar, tampoco implica pasividad ni estatismo. A veces para que el agua encuentre reposo necesita de un dique que la contenga, que la estanque antes de continuar. Sólo yo puedo ser, de manera activa, ese dique silencioso donde mi vida encuentre un remanso de paz.
Algunas y algunos místicos hablan de abandono conforme van avanzando en el silencio. ¿Abandono de qué? ¿Abandono de mí mismo? ¿Abandono de lo que no es parte esencial de mí mismo?
Abandono me suscita varias imágenes: dejar atrás, desalojar, deshabitar… El abandono de sí mismo del que a veces se habla, ¿acaso trae consigo estas acciones? Dejarme atrás, desalojarme, deshabitarme… Posiblemente o seguramente sí, en el sentido de que implica una elección. Este abandono de mí implica un estado de intemperie que me pone en situación de extravío, de salirme del camino (extra: fuera, vío o vía: camino).
Este abandono-elección de dejar atrás el camino que tenía, tarde o temprano me pone en situación de Encuentro. Fuera de mí soy encontrado. Encontrado por la vida y por mí mismo que soy parte de la vida. Lo cual requiere mucho silencio para poder contemplar y comprender lo que devele ese Encuentro.