Me encuentro leyendo un libro del arquitecto romano Pier Vittorio Aureli, titulado Menos es suficiente (Editorial Gustavo Gili SL: Barcelona, 2016). En la página 56 me sorprende una cita que hace del alemán Bertolt Brecht, para quien el comunismo es “La distribución equitativa de la pobreza”. Más allá de la particular opinión que cada quien tenga sobre los grandes paradigmas como son el capitalismo o el comunismo, esta cita me hace meditar sobre el “límite”. ¡De hecho, me conmueve!
El límite: sí, ese espacio que puede concebirse como una línea infranqueable que divide y separa, que aísla. O, bien, como esa transición entre dos o más realidades a las que dicho límite une y cuya naturaleza es porosa.
Haciendo el ejercicio de estirar los conceptos, podemos decir que la consciencia de los propios límites nos aporta datos sobre lo pobres que en realidad somos. Poner el acento en la pobreza, es destacar lo que sí se posee o se es. El pobre es consciente de lo que tiene y lo que le falta. Topa con sus límites, los palpa y puede dolerse de ellos o, bien, acogerlos, respetarlos y trabajar su circunstancia. Cuando comenzamos a tener abundancia de bienes esta consciencia de límite se pierde. Mi padre suele decir: en la abundancia está el despilfarro. Pues sí, cuando acumulamos más de lo que podemos gestionar, nos despilfarramos, perdemos consistencia, tono.
Esta acepción más optimista hace del límite algo compartible, tal como la pobreza de la cual habla Brecht. El comunismo –ese gran deseo de poner todo en común–, tal como lo concibe este literato, persigue que la pobreza sea equitativa. A cada quien su porción de pobreza. Así esta pierde su densidad y comienza a verse como un valor a compartir. La pobreza, la carencia, la intemperie nos hacen creativos y solidarios para enfrentar de forma colaborativa aquello que solos y solas no podemos.
Visto así, el límite deja de ser algo que constriñe, que coarta la libertad, y pasa a ser algo que contiene, que evita que me disuelva en el todo perdiendo mi identidad. Y este contenedor –además del propio cuerpo, la psique, la historia personal…– lo conforman las personas que me rodean y las cuales también me son continente. Mi límite, pues, es un límite social.
Al final del libro Menos es suficiente me vuelvo a topar con una frase, la cual me lleva a diversos lugares: “La convivencia exige una menor libertad individual”. No es que la libertad individual se empequeñezca, sino que se hace menor en el sentido de humilde. Esta cita me recuerda al Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas, quien solía decir que la libertad es algo social y, visto así, mi libertad no comienza donde termina la tuya, sino que ambas se interrelacionan y crecen juntas.
Trabajando a partir de la cita de Pier Vittorio Aureli, la convivencia es una gran escuela donde aspectos como la libertad y el límite no pueden ser conceptos abstractos ni mucho menos estáticos, se han de encarnar dinámicamente día tras día.
Bajo la perspectiva del límite como lugar de transición poroso, mi yo no acaba en mí, sino que se continúa extendiendo en un más allá que son las relaciones presenciales y virtuales que mantengo, así como sobre el hábitat donde crezco, el cual está conectado con el planeta entero. Incluso mis ideas y sentimientos viajan más allá de lo que pueda imaginar, como polen por el viento.
Con la libertad sucede lo mismo, tal como venimos comprendiéndolo. Lo que concibo como “mi libertad” va más allá de mí y afecta todo cuanto tiene que ver conmigo, sea o no consciente de ello. Cualquier decisión que tome está marcada por las circunstancias que esté viviendo y se encarna en los límites que me dan la posibilidad de ser quien soy. De manera similar, la libertad de quienes me rodean también forma parte de mi vida como el oleaje del mar es parte de la costa.
Sin duda, hay pobrezas y pobrezas, y aquí la he abordado de una manera más bien conceptual. No es mi intención banalizarla, sino llegar a ella desde otra orilla. Quizás liberarla un poco de la carga negativa con la cual se le trata en las estadísticas y en los noticieros. En los diccionarios la conciben como “falta de”, en un sentido negativo y de privación. Yo he querido, igual que con el concepto de límite, nombrarla desde un sentimiento vitalista. Su etimología latina la define como “parir o engendrar poco”. Poco ya es algo y ese algo es quizás mi realidad, desde la cual puedo crecer. Ese poco que soy, no es poca cosa, porque soy yo y mi circunstancia. Si me veo así, perteneciente, no aislado, soy mucho más que poco. Y, sin duda, si puedo sentir mis límites de manera porosa, rozo con las pocas y los pocos que me rodean para ser esas gotas de agua que corren río abajo hacia el mar.