El verbo más utilizado en estos días de confinamiento es cuidar. Todas y todos estamos en actitud de cuidar, de la manera que podemos y con los recursos que contamos. No es lo mismo cuidarse en países “desarrollados” que en los más marcados por la desigualdad donde, de por sí, cada día hay que luchar para sobrevivir y otros virus desde hace sexenios lo enferman todo.
Lo más significativo es que este cuidar lo estamos conjugando en plural, necesariamente y sinceramente. Si yo me cuido, cuido a las personas que están a mi alrededor y la onda se hace expansiva. Si yo me descuido, los efectos de este descuido también se propagan.
Siempre he pensado que muchas películas, sobretodo alarmistas y futuristas, son instrumento de manipulación, en el sentido de que van preparando o pre-programando a la sociedad para futuros catastrofistas. En estas películas la humanidad está en peligro y la supervivencia es una lucha armada.
Sin embargo, la realidad supera la ficción. Ciertamente, en un estado de alerta como el que vivimos, los instintos se despiertan y luchamos por la supervivencia. Acaparamos alimentos, arrasamos para no pasar escasez y muchas veces no pensamos si estamos dejando a otras personas sin lo básico. Con los días esto se va moderando y nos vamos dando cuenta que no saldremos adelante solos, que necesitamos solidarizarnos y actuar conjunto.
Estamos confinadas y confinados, aislados físicamente. Pero no debemos permitir que este aislamiento sea también moral ni emocional. No podemos tocarnos, pero sabemos que la otra persona está ahí, al otro lado, pasando por las mismas circunstancias. Por una vez en la historia global, la humanidad, sin distinción de raza, de economía, de posición social, de principios éticos, estamos viviendo lo mismo al mismo tiempo. Esta simultaneidad nos despierta la consciencia de que somos contemporáneos y coterráneos. El virus no conoce fronteras ni billeteras. Somos iguales.
Somos iguales y no estamos solas ni solos. Y el sentimiento de hermandad existencial, de solidaridad, está dando muchos testimonios. Este es el punto donde la realidad supera la ficción. El guion de esta historia, la nuestra, lo escribimos día a día.
Desde una postura conspiracionista podemos, incluso, formular que todo esto ha sido tramado con unos fines concretos y que van más allá de lo que podemos vislumbrar. Pero, más allá de ello, aunque esto fuera verdad y nos encontremos condicionados por los acontecimientos, en lo que sí podemos ser libres es en las maneras en que respondemos ante la realidad.
Somos libres y la libertad es una toma de consciencia que nace dentro de cada persona y se encamina hacia fuera. Quien es libre no es libre para sí, sino para los demás. La cuestión es que solemos vivir en las afueras de nosotros mismos y no sabemos que somos libres desde dentro. Este confinamiento, si nos atrevemos, nos puede ayudar a “salir hacia nuestro interior” y, ahí estando, descubrir qué es eso de “ser libre”. Experiencia intransferible e inenarrable.
Muchas personas están respondiendo desde su libertad a este momento y lo hacen desde una libertad responsable y solidaria. Eso escapa de cualquier guion y programación, porque incluso la mente humana puede ser condicionada y coartada, pero el alma, la esencia de cada persona: no.
Si nos cuidamos desde la libertad, lo haremos con hondura, con humildad, con realismo y con amor.