Continúo con la trama de ese hermoso tapiz que son las 22 historias de realismo existencial(Edimurtra: Barcelona, 1985), de Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona, 1919-1996). Este es un libro de filosofía que, escrito por un médico, cobra la forma de informe clínico. Es un libro de testimonios que muestra la urdimbre de la existencia humana.
En esta sección de Historia, me he tomado el atrevimiento de correlacionar cada historia clínica del texto con un aspecto o acontecimiento de la Historia (con mayúscula). Las consecuencias que se extraen de leer la Historia desde las claves del realismo existencial (la filosofía que subyace al libro), son enriquecedoras.
Vamos con la Historia dos. Rubio nos plantea un diálogo con una joven de 17 años: Adela. Ella se queja de la mezquindad o avaricia de su padre, que aporta poca economía a la casa y que a ella le da lo justo cada semana para sus gastos.
La primeras primeras palabras que le dirije el Dr. Rubio son: “Alégrate de que tu padre sea avaro”. A lo que ella pregunta sorprendida: “¿Por qué?”. Él responde: “Porque si no fuera avaro, tú no existirías.”
Rotundo y directo este primer acercamiento al núcleo del descontento de Adela. El resto de la historia clínica es un desmenuzar este primer diálogo.
¿Podríamos acercarnos a algún hecho concreto de la Historia que nos cause resentimiento y hacer una relectura en clave de “alegría de existir”? Es fácil si el hecho es lejano en el tiempo y más en la geografía. Pero, conforme se acerca a nuestra biografía, el resentimiento puede ser más difícil de distinguir y de resituar en nuestra vida. Cómo alegrarnos de algo que nos “hace daño”. ¿Es esto masoquismo?
Alfredo Rubio no propone esto último. Lo que pretende, como buen médico, es trabajar por la sanación de las heridas. Hay pasados remotos o próximos que siguen supurando y que no dejan vivir el presente con alegría. La aceptación de que gracias a estos pasados, sean cuales fueren, ahora existimos es la clave para mirarlos y vivirlos de una forma saludable.
Vengo de un país donde, desde hace décadas o mejor dicho siglos, se ha ido estructurando en formas de poder autodestructivo (porque todo poder es autodestructivo). Haciendo daño, sobretodo, a la población más vulnerable, pero afectando a la totalidad. En medio de esa realidad social he nacido yo. Y sólo gracias a ella, porque ha posibilitado las causas de mi existir. Si estas causas hubieran sido diferentes, los acontecimientos socio-políticos y, por ende, las relaciones interpersonales, hubieran sido otras y yo no hubiese nacido.
Mis dos abuelas y mis dos abuelos son de diferentes regiones del país. Las revoluciones, las hambres, las búsquedas de nuevas y mejores oportunidades hicieron que emigrasen a la capital. Y mi madre y mi padre nacieron justamente en esa gran ciudad: México. Sin todo esto, reprobable, yo no estaría ahora delante de las teclas escribiendo.
Pero volvamos un momento a nuestros primeros interlocutores, Adela y Alfredo. En su diálogo, Adela consigue expresar que se alegra de que su padre fuera un viejo rácano cuando era joven. “Así yo he nacido. Pero yo… ¡yo ahora existo! Ahora me machaca que siga siendo avaro. Su avaricia, ahora, ni es causa de que yo exista ni es necesaria para que yo siga existiendo.”
Poniéndome en los zapatos de Adela, yo también podría atreverme a formular. Yo ya existo, me alegro existencialmente de que las cosas hasta el día de mi nacimiento hayan sido como fueron, si no, no estaría aquí. ¿Qué viene ahora?, me pregunto. Porque, para ser sincero, las cosas en mi país, parece por momentos que van a peor. ¿Puedo tomar distancia de lo que pasa ahora y también alegrarme de ello? ¿Quizás con una sonrisa pasiva y un no pasa nada?
El doctor Rubio le abre a Adela un abanico de posibilidades que van desde el que se cuestione qué puede hacer para que su padre sea menos avaro o, incluso, deje de serlo. (“Haz algo”, le sugiere). Hasta llegar a la opción de soportar con paciencia y ternura la situación de su padre, agradeciendo que fuera su única opción de existir. O, incluso, llegado el extremo, si no puede hacer nada por cambiarle a él, ni ella resisitir la conviviencia con alguien a quien no comprende, marchar de esa situación y en la distancia velar por ese padre en su vejez.
Sin sacar ese diálogo de su contexto, ¿qué puedo hacer yo ante un pasado que ha posibilitado mi existir, pero que repruebo sus características? Realmente me hace daño pensar que esas condiciones históricas sigan perpetuándose sin solución aparente. ¿Cómo sanar ese resentimiento hacia ese pasado y hacia este presente que le da continuidad? ¡No es nada fácil!
Puedo alegrarme de estar vivo. ¡Lo estoy! Pero, ¿puedo alegrarme de las injusticias que sirvieran de “con -causas” de mi existencia? Y, sobretodo, ¿de que estas injusticias no cesen de reproducirse de muchas maneras?
Son preguntas cuyas respuestas atañen a los sentimientos y pensamientos de cada persona. Derivándose muchas veces en resentimientos.
El trabajo es desmontar los resentimientos y actuar en el ámbito de “lo posible”. Somos diferentes y cada quien podemos aportar nuestro grano de arena para encontrar distintas soluciones a lo que nos resulta injusto. Lo que hagamos en el presente, mejor o peor, será la con-causa de los que vayan naciendo en lo sucesivo y ojalá se alegren de ello. Está en nuestras manos optar por hacer “lo mejor”, este será un bien para los actuales y una alegría y bienestar mayor para las personas del futuro.