A la luz del silencio

Cuando uno sigue el hilo de una conversación, va viendo cómo esta cose el sentido de las palabras que va empleando, creando, así, un bordado oral. Esta especie de tapiz sonoro es una obra de arte efímero, cuya duración se alarga tanto como la memoria es capaz de recordar.

Seguir el hilo de algo nos hace pensar que tenemos en mano una de las puntas y que vamos en busca de la otra, es decir, del origen. Digo todo esto porque hace unos meses leí Técnica y totalitarismo, de Jordi Pigem. Tenía pocas referencias de esta obra y su autor, pero sentía que podía enriquecer mi perspectiva sobre el fenómeno de la sobredigitalización de nuestra sociedad y los efectos en las personas. Y así fue: una obra que ayuda a situarse en los efectos deshumanizantes de las estructuras económicas y políticas en que vivimos.

Tomo un poco al azar uno de los párrafos que subrayé: “Como el método del reduccionismo cientificista no puede observar el sentido de la existencia humana, proclama que la existencia humana no tiene sentido. Una criatura del fondo marino también podría argumentar que el cielo no existe, porque no lo podrá ver nunca”. Y es eso: muchas veces, cuando nos acercamos al límite de lo que podemos conocer, pensamos que ya lo conocemos todo. Sin embargo, sólo nos hemos acercado a un límite, a un punto de vista. La realidad tiene tantos puntos de vista como ojos para contemplarla: son incontables. El sentido de la existencia también es tan inabarcable como seres haya en el universo. 

Pues, siguiendo el hilo de las propuestas de este libro y, gracias a las referencias bibliográficas de Jordi Pigem, di con una joya: Y la luz se hizo, un libro escrito por Jacques Lusseyran. Lusseyran nació en París en 1924 y desde niño se quedó ciego debido a un accidente. Gracias al entorno familiar y a su propia personalidad, el pequeño Jacques transformó esta tragedia en un acercamiento a la realidad lleno de vitalidad. 

Cuenta cómo al principio “… esta sonoridad de todas las cosas, este murmullo universal se hacía tan fuerte que un vértigo me poseía; y me llevaba las manos a los oídos con el mismo gesto que hubiera hecho para protegerme de un exceso de luz…”. Y la luz se hizo es una obra autobiográfica que nos narra cómo Jacques pierde la vista y cómo abre los ojos a otra manera de captar el mundo, donde los sonidos y el espacio lo conducen a descubrir la realidad en profundidad.

La voz, para Jacques, revelaba a la persona. “La voz humana entra en nosotros, forzosamente. Realmente la escuchamos en nuestro interior. Incluso, para escucharla bien, es necesario dejarla vibrar en nuestra cabeza y en nuestro pecho, en nuestra garganta, como si por un instante fuese nuestra voz”. Podríamos hablar de una escucha empática, de una disponibilidad de vibrar con el otro a partir del sonido de su voz. Y la voz, como la huella dactilar o el iris del ojo, es única, pertenece a cada persona, proviene de ella con información de su ser tan irrepetible como el propio aliento que nos da información fisiológica de dicha persona. 

La luz, en Jacques, guarda silencio para permitirle ver aquello que escucha o aquello que su piel y su olfato le dicen. La ausencia de cualquiera de nuestros sentidos hace más grande su presencia, ya que podemos llegar a desarrollar sentidos interiores que enriquecen nuestra percepción de la realidad.

El oído imagina imágenes que los ojos no pueden ver. El día en que Lusseyran perdió el sentido de la vista, comenzó a brillar para él otra luz. Una luz que el silencio matizaba para dejarle ver a las personas y los objetos. Una luz que le mostraba su soledad ante lo que vivía, porque sólo él lo captaba así. 

Si a Jacques, la ausencia de luz física le descubrió el valor del silencio interior y la soledad que revela la unicidad de cada persona, ¿cómo puedo yo llegar, también, a estas evidencias? ¿Cómo puedo aprender a escuchar en la voz de las personas lo que realmente quieren expresar? ¿Cómo puedo acoger gozosamente mis límites y transformarlos en puntos de vista complementarios con los del resto de la humanidad?

Siento que la respuesta es: siendo y estando. Siendo quien soy y estando en mí mismo, palpando mi realidad. Huir de quien soy y perseguir el afuera de mí mismo, generan un ruido en mi existencia que ensordece y enceguece. Hace infeliz. El silencio que se abre a la escucha y la soledad que conecta con lo que nos rodea, son ese hilo que nos lleva hacia el centro de nosotros mismos.

Javier Bustamante Enriquez

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