Muchas veces leemos que Jesús entra en las sinagogas allá donde va. ¿Será, acaso, que su presencia se hace necesaria en esos recintos? ¿Que su palabra aporta novedad a lo que ahí se escucha?
En el tercer capítulo del Evangelio de Marcos contemplamos cómo Jesús entra en una sinagoga donde había un hombre con la mano seca. Recuerdo que de pequeño nos reprendían diciendo que si golpeábamos o, tan solo, levantábamos la mano para golpear, esta se nos iba a secar. Quizás esta frase tiene reminiscencias bíblicas. La mano seca como consecuencia o castigo a ciertas acciones.
Un hombre con la mano seca dentro de un espacio de culto es, posiblemente, alguien que quiere cambiar y no ha encontrado aún la manera. O no ha recibido una mano que le ayude a salir de su estado.
Jesús pone atención en este hombre, a pesar de que lo vigilaban por si hacía curaciones en sábado para ir contra Él. Pero Jesús no temía que se le secara la mano, Él ponía por delante el bienestar de la persona, no la ley.
Y, después de mirar al hombre sufriente, lo primero que le pide es que se levante y se ponga en medio. ¡Qué acciones tan importantes! Levantarse, es decir, confía en él y hace que él confíe en sí mismo. Y ponerse en medio, o sea, este hombre es más importante que la ley y las estructuras de poder.
Ponte en medio y de pie, que tú eres importante. Esa atención y ese cuido, de por sí, ya son sanadores. Revitalizan, restauran. Lo contrario es ocultarse, encogerse, anquilosarse. Achicarse e invisibilizarse. Sentirse anulado.
Jesús no se achica ante la prohibición de curar o hacer el bien en sábado. Curar es atender y qué mejor momento y lugar que el día dedicado a Dios y el recinto donde se comparte su palabra.
Jesús nos invita a no relacionarnos con un Dios abstracto, mediatizado por preceptos. Dios reside en los vínculos con las personas. Un lugar donde las personas sufrimos mucho es en “el precepto”: esa línea entre lo permitido y lo prohibido, ya que es un lugar que tiende a rigidizarse y a someter, secando la vida de las personas, restando creatividad, alegría, iniciativa. El precepto ayuda a contener, pero encontrar el punto justo para cada persona es artesanal.
Por eso Jesús hace “teología de la presencia”, del estar, precisamente en lugares como las sinagogas donde se hace prédica del precepto. No porque sea un provocador, sino porque percibe mucha infelicidad allí donde tendría que ser lugar de acogida y contacto con Dios a través de la comunidad.
La escena que nos muestra Marcos acaba: “Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana. Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos para destruirlo”.
Enojo y tristeza brota del corazón de Jesús al ver la dureza con que se aplicaban las “leyes morales” en su época. Y esa tristeza y enojo los transforma en curación. Aún sabiendo que esta acción le acarrearía problemas.
Extendernos, desplegarnos: ser. Jesús nos invita a ser. Y ser implica escucharse a uno mismo y a Dios en uno mismo. Cuando me siento habitado por Dios, hago y soy desde la libertad, no desde la ciega obediencia.
Javier Bustamante