Es en la soledad donde mejor se capta el perfume del silencio porque podemos distinguirlo de tantos aromas que se mezclan en la vida cotidiana.
La respiración es el proceso que se encarga del intercambio de gases entre el interior y el exterior de un ser vivo. El aire, rico en oxígeno, entra en el ser vivo por diferentes medios dependiendo su naturaleza, y sale de él rico en dióxido de carbono. Una serie de combustiones internas son las que posibilitan la vida y para ellas es indispensable este intercambio de oxígeno-dióxido de carbono.
El silencio que contiene la vida también es indispensable. Inhalarlo y exhalarlo produce un flujo que nos ayuda a situarnos en la existencia. El silencio, a diferencia del oxígeno, no es algo externo al cuerpo, radica tanto fuera como dentro. De hecho, si somos conscientes, más que un afuera y un adentro, lo que hay es continuidad de la vida. Tanto en la materia como en las ideas y el espíritu. Los seres vivos provenimos de otros seres, somos su continuación. Y en todo momento estamos continuando en otros seres. La originalidad de cada ser es la combinación de los elementos de la vida que hay en él.
Nuestras ideas también son fruto de la larga Historia del pensamiento humano y su constante actualización a las nuevas circunstancias. Podríamos decir que en cada ser humano se encarna la Historia de la humanidad.
El espíritu es un enigma, al menos para mí. Pero forma una unidad con el cuerpo y con la mente y, como tal, participa también de la respiración y del intercambio de silencio. Tiene una combustión propia en la cual el silencio es un componente vital. Y tiene una continuidad o conexión con el resto de seres vivos.
El silencio es esa capacidad de estar en la vida de manera abierta, en actitud de escucha. Esta porosidad permite percibirse a sí mismo dentro de las circunstancias en las que vive. También permite empatizar con la situación vital de los seres y las situaciones que le rodean.
Cuando nos sentimos mal o desbordados, la respiración nos ayuda a hacer “toma de tierra”, distensa el cuerpo, oxigena el cerebro, equilibra. De manera similar, silenciarse nos ayuda a resituarnos dentro de las coordenadas vitales, escuchar qué me está sucediendo y qué está sucediendo a mi alrededor. Respirar silencio, es decir, permitir un intercambio entre mi interior y exterior, me conduce a una homeostasis, un equilibrio nuevo. Consciencia silenciosa de unidad, de integración a un todo que me da sentido.
Aunque no dejamos de respirar silencio nunca, porque adonde vamos estamos en conexión con nosotros mismos y con el medio, cuando estamos en soledad lo percibimos con más nitidez. Es como adentrarnos en un bosque a respirar un aire más rico en oxígeno. Acudir a la soledad a degustar un silencio más nítido nos aporta salud para poder degustarlo también en otras circunstancias. El silencio fluye, refluye, confluye en todo nuestro ser: materia, pensamientos, emociones. Si le escuchamos notaremos como somos esa unidad.
Javier Bustamante Enriquez