Continuando con la serie de reflexiones sobre la Historia, desde los planteamientos del libro 22 historias clínicas de realismo existencial (Edimurtra: Barcelona, 1985), llegamos a la historia número 12. En este libro, Alfredo Rubio de Castarlenas nos lleva a conclusiones vitales a través de historias clínicas. La número 12 está protagonizada por la reina Ana y un jardinero de la casa real llamado Ricardo.
Ricardo, fruto de cavilaciones y habiendo conocido algunos planteamientos del realismo existencial, expone que son más las cosas en común entre la reina y él, que las cosas que les diferencian. Estas últimas son fruto del devenir histórico y de la clasificación socioeconómica de nuestras culturas. En cambio, lo que hay en común es todo aquello que la naturaleza humana dota a cada persona.
De esta reflexión Ricardo hace pedagogía de la Historia cuando sugiere a sus amigos un experimento. Reunir niñas y niños de diferentes procedencias y observar cómo, si aún no son víctimas de los prejuicios adultos, son capaces de convivir en plan de igualdad. En el momento en que van interiorizando nuestros patrones culturales, comienzan los conflictos raciales, sociales, sexuales… a escala infantil.
En palabras de Ricardo: “¿Es verdadera cultura hacer pagar a los hijos las culpas de los padres? ¿Es eso quererles? ¡Claro que hay que enseñarles Historia –y todo–, pero para que no repitan sus errores, sus egoísmos, sus ambiciones!… Hay que enseñársela, pidiéndoles a la vez perdón. Ellos… ¡que renazcan libres de herencias, de trabas! Que puedan ser amigos todos los de su generación. Que puedan cimentar cada vez una historia más humana, más amiga, más feliz. Nos empeñamos en que las nuevas generaciones, que desearían vivir en paz y alegría, se conviertan en servidores y esclavos de nuestra historia”.
Todas esas niñas y niños son seres humanos iguales. Las diferencias son impuestas por los patrones sociales de cada cultura que generan categorizaciones excluyentes. Las diferencias que pudieran haber, fruto de las singularidades de las personas o de sus herencias culturales, son pasadas por el filtro de la categorización y se convierten en desigualdad.
Y aquí, como bien señala Ricardo, la enseñanza de la Historia influye positiva y/o negativamente. Basta que cada persona pensemos en “los buenos y los malos” que nos han enseñado a lo largo de nuestras vidas. Lo cual podemos seguir viendo en los libros de texto actuales, series, películas, manifestaciones culturales… No sólo se trata de ideas, sino también de emociones y prejuicios irracionales que dotan a las ideas de carga para actuar contra el sentido común.
Somos personas dotadas de singularidades, las cuales ayudan a generar complementariedad en los grupos humanos. Si no escuchamos estas singularidades y anulamos lo bueno específico de cada persona, el grupo se empobrece y es más proclive a caer en la homogeneización y en la manipulación. De esta manera es más fácil repetir los errores históricos.
Difícilmente la reina se pondrá a trabajar como jardinera y al jardinero lo proclamarán rey. Siglos de Historia los han hecho nacer en ese contexto socio-económico sin pedirlo. Lo que no tendría que ser difícil es que ambos se miraran mutuamente como seres iguales y que, desde lo que son ahora, trabajaran por una sociedad armónica donde los hijos y las hijas de ambos sí tuvieran acceso a las mismas oportunidades.