La historia, por definición, es una relación de hechos pasados y en esta serie de artículos donde la vamos enfocando en clave de realismo existencial –de aceptación gozosa tal y como fue porque ha permitido que los presentes seamos los que somos–, nos referimos a ella también en pasado. Un pasado posibilitador.
En el presente artículo continuamos con nuestra re-lectura de la Historia desde la óptica del libro 22 historias clínicas de realismo existencial. En esta ocasión lo haremos a partir de la séptima narración que su autor, Alfredo Rubio, nos comparte en forma didáctica.
Esta historia es la de Mario, el hijo menor de los protagonistas de la historia anterior. Como muchos y muchas jóvenes, él se juega la vida constantemente de muchas maneras. La narración nos hace ver que es una forma de hacerse sentir que él se puede dar la vida también, salvándose a sí mismo del peligro, superando las adversidades en las que él mismo se mete.
Las conclusiones finales, en esta historia, las saca el mismo Mario y no Alfredo como en otras ocasiones. Dentro de la corriente filosófica del realismo existencial es importante dar el sí a la vida que hemos recibido, es decir, estar agradecidos por las condiciones que han posibilitado nuestro existir. Desde esta perspectiva, Mario tendría que estar agradecido a sus padres por la vida que le ha sido dada como un don, sin pedirlo.
En cambio, no lo está y lo demuestra jugándose la vida cada noche que puede.
Mario, dentro de su natural rebeldía juvenil, da vuelta a la tortilla, haciendo ver a Alfredo que son los padres quienes también deberían de dar el sí a sus hijos. Y no a unos hijos en abstracto, sino a los hijos concretos que les han nacido. No los que deseaban, sino los que son, los concretos existentes. Mario se siente como un hijo que frustra y defrauda a sus padres por no ser de la manera que ellos esperarían que fuera.
Vaya manera de coartar la libertad –inconscientemente– con falsas expectativas hacia las demás personas. Este desencuentro sólo va creando distancias, como las que tantas veces se dan entre progenitores e hijos.
Esta conclusión a la que llegó Mario y que compartió con Alfredo, llama enormemente la atención, porque en la misma clave podemos leer la Historia. No esa que ya pasó o la que posibilitó nuestra existencia como personas y como comunidades. No. Me refiero a la Historia que se está tramando en estos momentos y que tiene como protagonistas las distintas generaciones que conviven en el presente.
Si hiciéramos el ejercicio de girar la imagen y viéramos el pasado como el futuro, ¿qué pasaría? Es sólo un juego… la intención es inferir algunas conclusiones.
Más o menos vamos aprendiendo a estar agradecidos hacia el pasado, o como mínimo a aceptarlo tal y como es. Aunque no sea el que nos enorgullezca tanto, somos gracias a él. Pero, ¿y el futuro? Del futuro conocemos las semillas que vamos sembrando en el presente. Son las nuevas generaciones de personas. Las entidades que vamos dando continuidad e intentando mejorar o adaptar al cambio de los tiempos. También son las decisiones colectivas y planetarias, los derroteros que toman las ciencias, la concepción de humanidad que vamos forjando… Todo lo que, desde el presente, vamos proyectando en el futuro.
La pregunta es, pues, si estamos agradecidos con esas semillas de futuro que ya tenemos entre manos. ¿Estamos agradecidos con el presente, con todo lo que contiene? ¿Somos capaces de darle el sí a este presente con todo lo de futuro que hay en él? O el presente es para nosotros como ese hijo que no se parece al que desearíamos que fuera.
¿Qué proceso sanador he de hacer para conocer mejor mi presente, aceptarlo como es, abrazarlo y, sobretodo, comprender que es causante del futuro que me está por-venir?
Se dice que al pasado no lo podemos cambiar y el futuro aún no existe. Por tanto, en el único ámbito donde podemos actuar libre y conscientemente es en el presente. Dar el sí a este presente –aquí y ahora– en el que me sé existiendo, es una forma de dar el sí al pasado y también al futuro. Y una forma de darle ese sí es recibiéndolo con gratitud, tal y como es, con todas sus características. Liberándolo de prejuicios y cargas del pasado, así como de expectativas futuras que coarten su plenitud actual. Liberando el presente de ideologías, manipulaciones y falsas expectativas, estamos cuidando la tierra y las semillas del futuro.
Es vital para el oficio de historiar escuchar a la humanidad en los jóvenes y en los niños. En ellos se está proyectando el futuro: la noción de vida que ellas y ellos están “actuando” es la que les estamos heredando. En ellos podemos también leer el pasado, ya que reproducen la cultura de la que son fruto. Así pues, una de nuestras prioridades como sociedad tendría que ser que las generaciones presentes aprendamos a desarrollar nuestra libertad y la pongamos al servicio de una libertad compartida.