En el antiguo monasterio de Sant Jeroni de la Murtra (Badalona, España) se encuentra la imagen de Nuestra Señora de la Claraesperanza. Esta advocación mariana nació en los años 80’s del siglo pasado como una iniciativa del sacerdote Alfredo Rubio de Castarlenas. “Santa María de la Claraesperanza” evoca e invoca a la Madre de Dios en el proceso que ella hace desde la muerte de Jesús en cruz hasta su resurrección.
María deja de ser la Dolorosa que llora a su hijo en el calvario, al verlo martirizado y asesinado, y después lo recibe en sus brazos cuando lo descienden sin vida y lo acompaña y amortaja en la tumba. En el momento de cerrar la tumba, ella pasa de ser María de los Dolores a ser María de la Claraesperanza.
María, en ese momento, vive en su corazón la certeza de que la muerte de su Hijo no es una muerte sin sentido y que el testimonio y las enseñanzas de Jesús no acaban en la tumba. Esta es su clara esperanza. Por eso se celebra esta advocación nueva el Sábado Santo, ese día dentro de la Semana Santa en que todo queda como en suspensión. Es un día de tránsito entre el viernes de la crucifixión y el domingo de resurrección.
Los evangelios nos hablan del miedo de los seguidores de Jesús, de su dispersión en el momento en que es preso y condenado injustamente. De María, las mujeres que lo seguían y el discípulo amado nos dicen que permanecen a su lado hasta el último momento. Después aparecen otros seguidores que no son del círculo más cercano que hacen todas las gestiones para bajarlo de la cruz y darle sepultura. Pero no hay muchos más datos.
Después, algunos evangelistas, la tradición sobre las primeras comunidades cristianas y algunas otras fuentes, nos hablan de las apariciones de Jesús resucitado. Entonces se dice que la primera que debió contemplarlo resucitado sería María su madre y a continuación las mujeres del grupo y posteriormente sus seguidores.
Pero, en ese momento de oscuridad e incertidumbre, mientras Jesús permanece “entre los muertos”, María se instala en su clara esperanza y vela en espera de lo que tenga que pasar. Quizás “no sabía el día ni la hora” ni cómo sería ese después de la muerte, cómo se encarnarían tantas palabras llenas de misterio con las cuales Jesús hablaba de que ese templo que destruirían en tres días sería reconstruido…
La esperanza no es ciega: mira más allá, hacia el horizonte, contemplando cómo la luz del alba rompe el velo de la noche e inaugura el nuevo día. Esa clara esperanza no es estática, es dinámica, implica un proceso, una salida de sí.
El sábado para la cultura judía es un día en el que se reposa, son pocas las cosas que se pueden hacer. Lo necesario para poder pasar el sábado y celebrarlo ya se ha dejado preparado desde el viernes. La muerte de Jesús en viernes y su reposo en sábado dejó todo a punto para culminar el proceso de salvación en domingo: ¡el primer día de la semana! Así comenzaba una vida nueva para quienes creían en Jesús.
María estaría viviendo con toda intensidad este proceso: el dolor del viernes acabó de prepararla para esa vida nueva, el reposo del sábado la confirmó en su clara esperanza y la resurrección del domingo abrió la puerta a ese nuevo modo de estar con y en Jesús resucitadamente.
Nosotras, nosotros, seguidores también de Jesús veinte siglos después, estamos invitados a vivir este proceso: el tránsito del dolor a la esperanza. El dolor es una realidad muy humana, nace muchas veces de constatar las limitaciones de nuestra condición humana: enfermedad, muerte, apego, idealización, injusticia, el mal… Aunque es parte de nuestra condición el dolor, también lo es la esperanza y toda la dinámica que genera, tanto en nuestro corazón, como en las acciones que nos mueve a hacer para trascender ese estado de sufrimiento.
2020 está siendo un año de mucho dolor por la pandemia del coronavirus y sus consecuencias en todos los aspectos de la vida. Es nuestro viernes de dolor. Pero, sin dejar de estar instalados en el presente, hemos de alimentar nuestra clara esperanza. Estar firmes en nuestro sufrimiento y al lado de los que sufren, pero también ver cómo aliviarlo, cómo descenderlo de su cruz. Leer las claves de sentido de todo lo que estamos viviendo y poder albear maneras nuevas de vivir la realidad, tal y como es. Relacionarnos de manera resucitada con aquello que somos como sociedad y como personas.
Santa María de la Claraesperanza está ahí, en esa imagen de piedra que nos evoca unos brazos abiertos. No clavados en cruz, sino receptivos del nuevo día que siempre precede a las noches oscuras de nuestra vida. Confiemos activamente en ella, en Dios y en nosotras y nosotros.