Una sola palabra

Quién no asocia a la Eucaristía la frase: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanar mi alma”. Son palabras extraídas del Evangelio de Mateo (8, 5-11) y fueron pronunciadas por un centurión romano que salió en búsqueda de Jesús a Cafarnaún porque un sirviente suyo se encontraba enfermo. En realidad, el Centurión dijo: “Basta que pronuncies una palabra y mi criado quedará sano. También yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace.”

“Basta una palabra”. ¿Qué palabra podría ser aquella que el centurión esperaba de Jesús? Aquella palabra o palabras muy probablemente fueron de amor, de acogida, de liberación… Palabras que hacían que cualquier tipo de persona, sin distinción, buscaran a Jesús porque siempre acogía.

Podríamos decir que este pasaje se resume en una palabra muy concreta: inclusión. Sabemos que un centurión es un jefe de soldados romanos y que los romanos tenían bajo su poder a los judíos. Es muy fuerte que un centurión fuese a buscar precisamente a Jesús para pedirle la curación de su sirviente. Jesús no le da la espalda, lo primero que hace es escucharlo en su dolor. Jesús no excluye.

Este pasaje transpira compasión, tanto del centurión hacia su sirviente, como de Jesús hacia el centurión y el mismo sirviente. ¡Qué aprecio tan grande tendría el centurión por su sirviente que fue capaz de acudir a un judío que hacía milagros! Seguramente el milagro se realizó porque entre las personas que protagonizan estos versículos había un cambio de valores en el corazón, que rompía los esquemas de poder y de racismo. La respuesta de la actitud del centurión hacia su sirviente encuentra respuesta en la actitud de Jesús hacia el centurión. 

El centurión, es decir, una persona culturalmente fuera del pueblo judío, demuestra tener una fe tan grande que el mismo Jesús profetiza que vendrán personas de todos los puntos cardinales a vivir en comunión el Reino del cielo. Este es otro gesto que no excluye a ninguna persona del amor de Dios ni de la posibilidad de cambio de valores de las personas.

Sabemos que los evangelios fueron escritos tiempo después de la pasión y resurrección de Jesús. Son textos confeccionados a la luz de la resurrección y para transmitir el mensaje de Cristo entre las personas que le seguirían generaciones después. En algún momento de este pasaje nos dice que “cuando Jesús escuchó al centurión, quedó admirado y dijo a los que le seguían: no he encontrado en Israel nadie con tanta fe…”. Aquí lo importante es la puntualización: a los que le seguían. Lo cual nos recuerda el valor catequético de los evangelios, son escritos para los que siguen a Jesús. 

Las palabras del centurión son invocadas en cada Eucaristía y nos recuerdan que todas y todos estamos incluidos en el amor de Dios, sin distinción de cómo seamos ni de dónde vengamos.

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