Cambiar libera

“Si no cambiáis y os hacéis como los infantes, no entraréis al Reino del cielo”. Con esta frase del evangelio de Mateo nos presenta a Jesús su propuesta de acercar el Reino del cielo a las mujeres y hombres de su tiempo. Sus discípulos le preguntan, ¿quién es el más importante? Seguramente este cuestionamiento pone de relieve la preocupación y la competencia que había entre sus seguidores por ser el más importante, el primero.

Aún no se habían dado cuenta de qué tipo de reino les hablaba Jesús. Las expectativas de los discípulos iban detrás de un mesías poderoso. Un líder político, más que un maestro de vida.

Jesús, en cambio, los exhorta a cambiar. ¡Qué palabra más difícil de poner en práctica! Asociable en nuestros días a un slogan de campaña política o a consigna dentro de una psicoterapia. Cambiar.

Jesús clama por un cambio de corazón, de entraña, de actitud ante la vida. Un cambio que se genera en el seno de cada persona y que va de dentro hacia fuera. Y Jesús señala un camino: huir de lo grande y buscar lo pequeño. Los cambios importantes de la vida van siempre precedidos de pequeños cambios, acaso invisibles. Las cosas asequibles, reales, posibles, son a las que estamos llamadas y llamados a modificar. Una actitud de respeto o confianza hacia la persona que a veces no tratamos bien. Un cambio en las costumbres de consumo para afectar lo menos posible tanto al planeta como a nuestra salud. Tiempos de silencio y soledad que nos lleven a comunicarnos mejor con Dios y a ser más sensibles a la creación…

Seguro que la suma de pequeñas gotas de cambio nos llevan a cambios más trascendentales.

Los infantes en la época de Jesús posiblemente eran todas aquellas personas menospreciadas. Niñas y niños, mujeres, sirvientes, personas extranjeras, esclavos… Poner el acento en la importancia de estas personas era romper el esquema de jerarquía que existía. Colocar en el centro al ser humano son importar su condición. Valorarlo por el simple hecho de ser persona.

El cambio que nos sugiere y nos anima Jesús a hacer en nuestras vidas pasa por descubrir, aceptar y amar nuestra pequeñez. Si nos atrevemos a probarlo descubriremos que es realmente liberador y nos quitaremos el peso de querer ser el o la más importante.

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