Ante un hecho histórico, cuando es vivido por varias personas, este se percibe de manera poliédrica. Es decir, puede ser captado desde distintos ángulos de vista, dependiendo de la implicación de los afectados. Estos agentes implicados después se convierten en fuentes históricas, de las cuales se desprenden datos. Con el tiempo estos datos sirven para “re-construir” la historia.
En toda esta cadena que va desde la génesis del hecho histórico hasta su re-construcción pasado el tiempo, muchas veces, si no es que siempre, se van produciendo modificaciones que nos alejan de la “verdad” de lo acontecido.
Recordemos el cuento aquel que habla de cinco personas ciegas, las cuales, a manera de experimento, son acercadas a palpar un elefante. Cada una toca una parte del elefante. Después son invitadas a hablar sobre qué es un elefante. Imaginemos la variedad de respuestas que dan conforme a la parte que les tocó apreciar. La experiencia del que tocó una pata habrá sido muy distinta del que tocó la oreja o la trompa… Cada uno tiene una percepción del elefante conforme a lo que sus sentidos le han dicho de aquella parte a la cual tuvo acceso.
Ante un hecho, de la naturaleza que sea, cuando somos varios los testigos o actores de tal acontecimiento, cada uno podemos ofrecer una versión muy diferente. Los filtros con los que lo percibamos pueden ir desde nuestra edad, cultura, aptitudes físicas, manera de pensar, posición física desde donde lo percibamos, con un largo etcétera de condicionantes.
Ante una “Historia” se desarrollan muchas historias, tantas como personas sean sus protagonistas o historiadores. E, incluso en ocasiones, con puntos de vista tan diferentes que podría pensarse que no han vivido el mismo acontecimiento.
Esta reflexión me la ha despertado la lectura del libro De América a Europa. Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo (1493-1892) (Fondo de Cultura Económica: Ciudad de México, 2017). Su autor, Éric Taladoire, se da la tarea de contar quiénes fueron esos amerindios que llegaron hasta Europa a partir de la primera expedición de Colón a las “Indias”. Numerosas travesías a lo largo de cuatro siglos transportaron habitantes nativos del Nuevo Mundo en calidad de caciques y nobles indígenas, testimonios del mundo encontrado, curiosidades e intérpretes, familias mixtas, esclavos y sirvientes…
Muchas y muchos murieron en las travesías, otros no duraban más de un año en el Viejo Continente. Podemos imaginarnos del terror de encontrarse en un mundo extraño: enfermedades nuevas, otros climas y alimentos, una lógica de vida diferente. Todo esto, sin duda, producía una baja de defensas haciéndoles proclives a enfermarse de cualquier cosa y morir. Morir de tristeza, ¿por qué no?
Cada una y cada uno, si se les concediera la palabra más de cinco siglos después, nos “hablaría de la feria, según le fue en ella”. ¡Cuántas historias alimentan la historia! Escuchar a todos los protagonistas nos da una versión más completa, más compleja y también más humilde. Cuando se habla de la “historia oficial” de algo, se tiende a excluir todo aquello que haga perder la coherencia e intereses de ese discurso oficial.
La historia pertenece a todas y todos. Por lo mismo, escucharla y conocerla implica escucharnos y conocernos.