El pájaro canta, pero si yo no lo escucho, si emito otros sonidos que ocultan el suyo o lo hacen callar, entonces el pájaro deja de cantar. Al menos deja de cantar para mí. Él canta y, sin saberlo, no sólo canta para sí o porque sí, sino que también canta para mí. Porque yo soy parte de su ecosistema, de su realidad, de su paisaje.
En el momento en que el pájaro canta yo soy su silencio necesario. La caja acústica donde resuena el sonido de su voz. Mi presencia son las paredes donde rebotan sus notas y pueden seguir teniendo vida hasta que acaban desvaneciéndose.
Dejar que la vida fluya puede parecer una posición muy pasiva. El silencio también. Sin embargo, requiere una gran determinación y una gran capacidad de acogida dejar que las cosas sucedan sin querer influir en su curso. Siendo su testigo, su gozoso testigo.
Y es que, incluso cuando el pájaro calla, su canto está ahí, porque él –el pájaro– continúa estando allí. Su silencio también es su canto. Su respiración es su presencia. Llegado el momento, la situación se invierte: ahora es el pájaro quien escucha mi canto, quien me deja ser y estar. Quien no influye en mi discurrir por la vida.
Cuando yo soy –sobre todo cuando soy consciente de todo mi ser– el ecosistema que me contiene me está “escuchando”, está recogiendo todas las impresiones que emito. La realidad hace silencio para que yo pueda expresarme.
Lo mejor para comprender esto es experimentarlo. Juguemos a quedarnos en silencio. No importa el lugar: nuestra habitación, enmedio del bosque o de la ciudad. Permanezcamos en silencio y escuchemos ese canto que nos envuelve. El pájaro está ahí, sea audible o no, está ahí. Si perseveramos, al cabo de un rato lo escucharemos. Y si no somos impacientes, lo escucharemos dentro nuestro. Dentro nuestro que quiere decir en todo nuestro cuerpo, mente y alma. Es entonces cuando se instaura el silencio y la escucha se abre para captar el canto del pájaro en todo su realismo.
Si queremos llevar el juego más allá, entonces seamos el pájaro. Seamos. Enmedio del silencio tengamos el valor de expresarnos: de ser conscientemente. No es necesario nada vistoso o clamoroso. Un sencillo movimiento cargado de novedad, una mirada proyectada con toda intención, el saludo que teníamos que dar por rutina emitido desde lo más hondo. Ese es nuestro canto que surge y encuentra eco en la realidad que nos sostiene con vida. Si escuchamos con serenidad, notaremos cómo impacta nuestro ser cuando se expande hacia lo que nos rodea.
La diferencia no está entre ser y no ser, sino entre ser y sí ser. Siempre somos, pero cuando somos afirmándonos en lo que somos, podemos escucharlo. Para ello necesitamos silencio.
El pájaro ha callado, su silencio me canta.