Morando

“… no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto 
la grandeza de las obras como el amor con que se hacen”. 
Santa Teresa de Jesús, en las Moradas séptimas

Destiérrome y descubro
que toda orografía es Cielo

hablando de Dios,
todo vocablo vibra Palabra.

.

Poco nos gozamos del alma,
como poco del cuerpo

¡no! 
no sabemos nada
de saber

¡ay, si supiéramos
los milagros que acaecen
en cada movimiento de la carne,
en cada recorrido del viento por la arteria,
en cada sinapsis de la razón!

¡ay, y de los milagros 
que dan ánimo al ánima,
que toman el fresco a la sombra del silencio,
que traducen aflicciones en plegaria!

-una procesión de ayes no bastaría-

gocémonos, pues: que el alma arde en el cuerpo,
como en el pabilo la llama

uno sin el otro no son.

.

Entrar, estando ya dentro,
requiere despojarse 
para que la piel del ser
encuentre cobijo en el desnudo:
un Jesús amante
pendiendo del árbol de la vida

entrar, estando ya dentro,
mueve a descalzarse y
dejarse enfangar por el camino
para que, al llegar al centro,
venga Él a enjuagarnos los pies
perfumando de besos y de nardos

entrar, estando ya dentro,
incita a abrir los ojos a la oscuridad del alma:
descubrir la belleza que no solemos ver
y que respira ahí, libre de adjetivos 

entrar, estando ya dentro,
contempla el enfundarse en sí mismo,
refundirse en ese molde nuevo,
fundirse dócilmente en Él

entrar, estando ya dentro,
clama vivir en sí:
soltarse para abrazarse,
perderse para encontrarse,
llorarse para alegrarse

morir a la muerte, por fin,
estando ya dentro.

Clausurado en el párpado,
el ojo contempló
ese afuera que radica dentro

y, como la Santa imploró:
vivo sin vivir en mí.

Aunque roto, bello
bello, porque roto

(la rama torcida
es la que tiende a la luz:
gracia de lo imperfecto,
destino de quien, siendo, es)

me amas así: bello
te amo en mí, Ignoto.

Vamos andando por estas moradas
cual niños jugando en un bosque de cristal,
escarpamos inexpertos las geografías del ánima
en veces turbados, en veces tementes

mas, en la honda cima, una paciencia nos alcanza:
un Algo nos basta que no sabemos pronunciar. 

La realidad, diamante morable.

El cansancio ha macerado
mis carnes y mis almas

me vuelvo comestible
como Tú:
                  pan sonoro.

Renuncio a verte
como yo quiero:
embarra mi mirada

que al lavarme,
acaso, te vea cual eres.

Mi osadía
se volvió una nada
morable.

Pobre, 
aún te pido más pobreza

que la mano tendida
sostiene un puente 
de tu presencia a mi corazón .

Ya no entiendo:
¡este es mi gozo!

Metiéndoseme,
me metió consigo
a un lugar tan dentro mío
que, yo sin Él,
nunca hubiese hurgado

(no sé ni cómo,
sólo sé que ha sucedido)

: la vida ha padecido un ensanche
y en esa pasión sólo cabe amor,
sólo amor,
¡oh, amor!

Esperábate huésped
y me asistes hospedero

acógeme, pues, en mí.

De qué sirve
tanto andar y andar
si no es para adelgazarnos
de leyes y razones
y abandonar por los caminos
los pesos que nos arrancan de lo humano

bástanos las manos libres
y unas cuantas palabras 
que susurren el amor

(incluso lo puesto
a veces sobra para alabar
a quien ha vestido los lirios del campo).

Morir orando: morando

(tejo un capullo
donde resuscitar en Ti).

Ahí,
donde el agua del río y de la lluvia
se encuentran y ya no pueden separarse,
no hay palabra que se acerque, 
que linde con aquello que el sentido calla

ahí:
ese adentro que te afuera,
ese contigo sin conmigo,
ese Yo que es en uno.

Me escondía para hallarte
y ahora sé
que era de mí de quien lo hacía

en lo oculto
vine a contemplarte
y, lo rotundo del hallazgo,
me va librando de mí. 

En llegando a Sí
me acogió un silencio tal

un beso santo
aquietó mi espíritu
: aquí soy.

Me atisbas el corazón
para que, amante,
hurgue dentro mío
hasta palparte

llama que al arder no arrasa.

Henchido de amor
en todo se halla descanso
y, en la contrariedad,
la puerta para entrarse en uno con Él.

Como un borde al otro de la llaga,
la fuerza de la vida me jala hacia ti

toda unión es cicatriz:
abrazo que sana.

“Vuélvete a mí”,
cantó Juan de la Cruz,
con el alma toda
llagada de amor

(llagadamente
vamos siéndonos uno,
el mirar lo anuncia).

Tú,
morada de la mirada,
ubicación del corazón,
sentido del sinsentido

yo,
frasco roto de amor.

Tus ojos epifanios
me desnudan 
(tiemblo y no de frío)

clavado en el Amor
me incitas:
enséñame a mirar amando.

Bajen de sí mismos
los que se buscan,
dichosos de estrenar
la proximidad:

cercanía es el umbral
de la morada abierta.

Dios se limita en mí al crearme:
continente suyo soy

¡contengo a Dios!

Recaló el camino
en el comienzo:
la palabra 
se ha disuelto silencio

me despierto otro mismo.