La puerta

Toda puerta es de entrada y de salida a la vez.

La puerta puede tener muchas acepciones y características que se derivan de sus funciones básicas. Su origen se remonta a la antigüedad romana. Cuando se trazaba una ciudad se empleaba un arado para delimitarla. La marca del surco que dejaba era sagrada y no podía cruzarse. Entonces, para crear aquellos espacios por los cuales entrar y salir del perímetro marcado, levantaban el arado y esto hacía que no se marcara surco durante ese segmento del trazo. La palabra puerta proviene de portar o levantar. El espacio sin muro que resultaba era el recinto de la puerta o las puertas de la ciudad.

Por extensión, también las casas y otras construcciones tenían sus puertas. Acompañando este espacio «vacío», se fue generando toda una serie de elementos y de palabras derivadas. Puerta también se llama a la batiente que se abre y se cierra sobre sí misma. Que está inserta dentro de un hueco en la pared o entre dos muros. Que comunica un espacio cerrado con el afuera que lo rodea. Que sirve para ser traspasada andando. Que es la boca de entrada de un habitáculo.

El recinto de la puerta genera el umbral. La palabra umbral proviene de sombra. Algo umbrío es algo sombrío. El umbral de la puerta es, pues, ese espacio sombrío que se produce por el volumen de la puerta que se proyecta sobre sí misma y que da acogida a quien cruza por ella. El umbral hace que la puerta no sea tan tajante en cuanto a su delimitación del afuera y del adentro, da una cierta sensación de permeabilidad. La sombra, conforme se acerca a su límite, se va haciendo más difusa y esto da suavidad.

De puerta provienen palabras como portal, portón, pórtico, entre otras, que hacen referencia a la función que cumple la puerta y al emplazamiento dentro de la construcción que la contiene.

En recintos grandes la puerta genera un espacio propio donde es el elemento principal. Hablamos de la portería que se convierte en una habitación más y es un espacio híbrido entre el lugar de tránsito, de espera, de acogida y de reconocimiento. Es una especie de compuerta que regula de manera controlada lo que sucede fuera y dentro. Incluso, existe una persona encargada de custodiar este espacio que es el portero o la portera.

(Abro un paréntesis para hacer un apunte anecdótico. Fijémonos en el futbol en que hay dos porterías con sus respectivos porteros. Podemos hacer uso de la imaginación y visualizar dos castillos que son defendidos. Los jugadores llevan entre sus pies un balón que hace el símil de arma arrojadiza. Ésta ha de penetrar la fortaleza del castillo por su puerta. El portero y todo el equipo han de velar y combatir para que esto no suceda. Y así transcurre todo el juego. La portería con su portero es la parte a cuidar porque es vulnerable. Por ella se entra, simbólicamente, en el terreno del otro. Cierro el paréntesis).

Volvamos al portero o portera que da acceso a las personas que quieren entrar en el recinto. Las ha de conocer o validar. Decide, bajo ciertas consignas que le son dadas, quién puede y quién no puede entrar. Además de los propietarios del lugar, es quien tiene las llaves de acceso.

En los grupos humanos, a menudo, hay miembros que hacen las funciones de portero. Permiten el acceso de las personas o lo vetan, lo regulan y lo van graduando. Los grupos también poseen límites imaginarios con sus respectivas puertas o maneras de acceder. La pertenencia al grupo pasa muchas veces por umbrales o grados que van haciendo que el «nuevo» vaya asumiendo la identidad del grupo como suya.

Todas las personas tenemos nuestra puerta o nuestras puertas. Por ellas dejamos entrar a nuestra vida a otras personas o situaciones de la realidad. También les impedimos el paso. Por dichas puertas salimos de nosotros mismos y exploramos el mundo. Y, cómo no, las puertas tienen llaves. A veces las compartimos con otras personas a quienes les damos nuestra confianza. En ocasiones sólo permitimos el acceso al umbral y ahí les acogemos con una «media distancia». También cerramos la puerta a aquello que no queremos dejar entrar. Cuántas veces no hemos recibido o dado un portazo a otra persona. Cada uno es el portero de sí mismo.

He comenzado con una frase: toda puerta es de entrada y de salida a la vez. La realidad puerta, como hemos visto, nace porque existe un espacio que se quiere delimitar y al que hay que poder entrar y, por consiguiente, salir. Las personas y las construcciones humanas, tanto materiales como inmateriales, necesitamos límites para existir. Pero, no somos realidades cerradas. Necesitamos puertas.

Como ejercicio, podemos observar ¿cuáles son mis puertas? ¿A quién o a qué permito la entrada a mi interior? ¿Cómo hago para salir de mí cuando necesito tomar aire? ¿Soy puerta o portero en algunas situaciones? Cierro la puerta de esta breve reflexión con estas interrogantes.