El claustro monástico es el espacio que, cerrando, abre. Conteniendo, libera.
He vivido muchos años alrededor del claustro de la Murtra, de Sant Jeroni de la Murtra, un monasterio creado por la orden jerónima a comienzos del siglo XV en Badalona. Muy cerca de Barcelona, para mayores referencias. El claustro se me ha mostrado como ese espacio/tiempo donde va creciendo la libertad, donde se puede tocar a Dios si uno se acerca a tocarse a sí mismo, donde la vulnerabilidad son las paredes del frasco de la existencia.
El claustro de la Murtra sufrió una importante mutilación en 1835, cuando un fuego provocado en la antigua iglesia, también alcanzó la galería oriental. Desde entonces no sólo es un claustro abierto al cielo en su parte cenital, sino también hacia el levante. Una especie de U que acoge la luz del alba.
De este bello claustro gótico, obra de los maestros Jaume Alfonso y Pere Baset, una de las cosas que más me cautivan son sus claves de bóveda. Cada costado del claustro está compuesto por siete bóvedas que se reparten armónicamente por la galería. Dichas bóvedas son cuatripartitas, muy características del gótico. Se llaman cuatripartitas o de crucería porque hay dos arcos que, entrecruzándose en forma de X, producen cuatro partes. De esta manera se crea una concavidad en el techo, emulando la bóveda celeste. El entrecruce de líneas rectas, que representan la Tierra, con líneas curvas, que representan el Cielo, produce la experiencia de vivir el Cielo en la Tierra.
La clave de bóveda es el elemento central, de forma redonda, que recoge la fuerza de los arcos que componen las bóvedas cuatripartitas. La piedra esculpida que asume esta función traspasa su modo arquitectónico para convertirse en una obra de arte escultórica, ya que en ella se representan imágenes. Está colocada de forma cenital, en el centro de la bóveda, como si se tratase de un sol de mediodía.
En el claustro de la Murtra, sus claves de bóveda ofrecen, mayormente, imágenes de santos y santas, pasajes bíblicos y algunos escudos de mecenas de la casa. Todos en el estilo gótico tardío, con vestimentas y mobiliario del siglo XV y XVI. Es decir, encarnados en el momento histórico en que fueron esculpidos, aunque hicieran alusión a personajes y acontecimientos de un pasado remoto.
Seguramente, aunque intentan seguir una misma línea estética, fueron talladas por distintas manos. Además del aspecto escultórico, también fueron trabajadas pictóricamente y la mayoría conservan muy bien sus colores originales. Muestran una paleta básica que incluye el rojo, el azul, el amarillo, el marrón, el rosa, el verde, el blanco y el negro. En algunas, como las cinco claves que llevan los escudos de los Reyes Católicos, también hay restos de pan de oro.
Para mí, una clave de bóveda cumple con lo que su nombre dice: es una llave que abre la bóveda del cielo. Es decir, si sabemos leer lo que está en clave, accedemos a otra dimensión. La función de los íconos es hacer visible lo invisible; material lo inmaterial; cotidiano lo trascendente. La mayoría de estas claves de bóveda son icónicas y recuerdan santas, santos, momentos bíblicos que no están expuestos porque sí. Fueron elegidos para orientar la vida de los moradores del claustro, dándoles claves diversas para acceder al Cielo. Para liberarse dentro de un dispositivo cerrado.
El cuerpo humano es en sí un claustro. O sea, un continente que permite la movilidad, el crecimiento, la liberación de energía, afectos y sentimientos. Durante la vida vamos descubriendo esas claves que nos van abriendo espacios en nosotros y en otros que nos conectan con lo trascendente.
Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ