Nos dicen fuentes históricas antiguas, que no quiere decir que sean las originales o las ciertas, que existió una joven llamada Eulalia en Mérida y una joven llamada Eulàlia en Barcelona. Ambas de familia y fe cristiana, que fueron perseguidas y atormentadas con los mismos castigos hasta morir en una cruz en forma de aspa, defendiendo sus creencias.
¿Tantos martirios –dicen que 13 para hacerlos coincidir con su edad– para matar una joven? ¿Es que iba sobreviviendo a cada uno y el siguiente era peor? Cuando hablan del castigo en la hoguera, cuenta la historia que las llamas se alejaban de su cuerpo e iban a hacia sus verdugos.
Algo había en la fe de Eulalia, que la hacía no perecer hasta alcanzar una muerte similar a la de Jesús. Quizás esto nos habla más de un itinerario de vida, que no de un final tan trágico. Una fe que, en medio de tiempos de persecución, lo soportaba todo hasta parecerse más a quien amaba: Jesús.
Historias como la de Eulalia inspiraban en aquellos tiempos de persecución y, después, en la Edad Media, para defender la fe de aquellos que quieren matarla.
Eulalia es un nombre de origen griego que, podemos deducir, fue adoptado por la cultura romana. Eulalia significa “elocuente”. La partícula eu quiere decir bien. Y lalia deriva en palabras conocidas por nosotros como locución. Quien locuta bien o habla bien es una persona eulalia.
Y, para hablar bien, es necesario pensar bien, sentir bien, vivir bien. No en el sentido material o de bienestar, sino de bien-ser. Hay una coherencia de vida que hace que una persona buena sea una persona eulalia, elocuente. Porque su vida misma habla bien.
Un acto habla más que una lección o un sermón, sobretodo si es auténtico.
Dos Eulalias: ¿una cierta y una falsa? ¿Una anterior y otra posterior? ¿Alguien que conoció la vida o la leyenda de una en un pueblo y la implantó en otro? …
¡Qué más da! Si seguramente hay y ha habido personas eulalias en todos los tiempos y en todos los pueblos. Hacía falta, sí, que alguna se convirtiera en ícono, en leyenda, en ejemplo, para que nos lo recuerde y nos invite a ser elocuentes, no sólo de palabra sino también de manera testimonial.
Si las tenemos por duplicado, una Mérida y otra en Barcelona, tanto mejor. Dos Eulalias hablan más y mejor que una. Sobretodo si nos hablan de Dios.
Javier Bustamante Enriquez