Comentario al evangelio según san Juan (3, 16-18)
Hay, en el fragmento del evangelio de hoy, algunas palabras clave que nos muestran la naturaleza de Dios, al menos la que humanamente podemos captar. Ese Dios que lo es Todo, pero que, para relacionarnos con Él empleamos códigos humanos.
Una de ellas es entregar. Entregar es dar gratuitamente, desprenderse, compartir. Dios se comparte con nosotros a través de su Hijo. Los seres humanos, como todo lo existente, hemos sido creados por Dios y en esta medida, Dios habita en nosotros. Él es Vida, somos vida. A semejanza de Él, nos creó a cada ser con dos facultades primordiales: la unicidad y la libertad. Somos seres únicos, lo cual nos hace diferenciados. No hay dos personas como yo, al igual que no hay dos nubes iguales, ni dos planetas con las mismas condiciones. Y, muy importante, aunque podamos sentir que Dios habita en nosotros si somos conscientes de ello, esto no quiere de decir que Dios nos manipule o nos mueva a actuar de determinada manera. Siempre es nuestra libertad la que dialoga con la suya.
Juan nos dice hoy que Dios nos entregó a su Hijo único. ¿Y cómo sabemos que es su Hijo? Lo hemos sabido por el mismo Jesús, cuando se presenta como Hijo de Dios y su actuar es tan diferente y tan libre que desconcierta, que mueve a cambios, que hace descubrir a Dios entre nosotros. Claro que es único, como cada uno y cada una lo somos. Pero hay en ese Hombre tanto de Divino… “quien me ve a mí, ve al Padre”. Dios, en Jesús, se nos entregó para ayudarnos a comprender la hondura de la Vida.
Creer es otra de las palabras trascendentales de este fragmento de evangelio. Dios no obliga a creer. Creer es algo totalmente libre y nace de dentro hacia fuera. En la frecuencia de Dios, creer y ser libre se potencian. Sólo los seres libres pueden creer, porque creer en sí ya es un acto libre. Se cree con el ser entero, no se puede creer disociadamente con la cabeza y no con el corazón o al contrario. Cuanto más creemos, más libres somos. Cuanto más libres somos, más creemos.
Quienes creyeron en Jesús, creyeron en libertad. Por eso, literlamente abrían los ojos y los oídos a una realidad que no habían visto antes. Un ser libre no puede ser juzgado. Un ser preso de sí mismo por el primero que es juzgado es por sí mismo y por quienes no son libres y se ven proyectados en él. Cuando Dios quiere que nos salvemos, quiere que nos salvemos de sufrir, de ser presos de nosotros mismos, de no ser libres y no poder creer en la Vida.
Salvar es otra palabra clave. Para algunos teólogos y teólogas salvar es sanar. Los seres humanos somos limitados, frágiles, falibles. Constantemente nos lastimamos, enfermamos, caemos, nos topamos con nuestros límites. Y no sólo físicamente, sino relacionalmente, existencialmente. Sanar es asumir esta naturaleza limitada y comprender que nuestros límites no son barreras, sino condición para ser: posibilidades. Sólo puedo vivir gracias a lo que soy y con lo que me pasa. Sentir esto desde la libertad es lo que me mueve a amar quien soy y las condiciones que me rodean. Esto sana, esto salva.
Y todo esto, intuyo por las enseñanzas que nos han llegado de Jesús y por lo que percibo, es lo que Dios desea para cada ser humano: que asumamos nuestra libertad, que creamos, que no vivamos como juzgados y que seamos fuente de sanación. Con esta herencia tenemos suficiente para vivir hasta la eternidad.
Javier Bustamante Enriquez