La Historia de la humanidad está cargada de injusticias: luchas obreras, desigualdades de género, discriminaciones por origen étnico, exterminación de pueblos enteros por motivos económicos mezclados con argumentos religiosos… La diferencia convertida en desigualdad.
En la historia 11 del libro 22 historias clínicas –progresivas– de realismo existencial (Edimurtra: Barcelona, 1985), su autor, Alfredo Rubio de Castarlenas, nos pone a conversar en la misma mesa a dos jóvenes trabajadores. Pepe, descendiente de obreros metalúrgicos y él también obrero, padre de familia. Y Paco, descendiente de una familia adinerada quien ha podido estudiar en las mejores universidades y trabaja también en el ramo de la metalurgia. Igualmente padre de familia.
No es casual que el autor nos exponga la genealogía de los protagonistas ni que remarque que ambos son padres de familia. Muchas veces las diferencias culturales y socioeconómicas son encarnadas con prejuicios y hasta con ciertos rencores. Estas diferencias se heredan, no en el sentido biológico, sino en el sentido cultural. Y la familia es uno de los ámbitos por excelencia donde se recibe y se transmite esta herencia de “valores”. Valores en el sentido de cómo valoramos la vida que tenemos, la sociedad en que vivimos y las personas con las que nos relacionamos y relacionaremos.
Dentro de la narración de esta historia real, quiero rescatar un diálogo que me parece crucial en el cual Alfredo les expone a ambos jóvenes lo siguiente: “Tú, Pepe, naces en una familia de obreros o no naces. Tú, Paco, en una de ejecutivos o no existirías. Aceptad esta realidad mutua alegremente y así, libres de complejos, plantearos en común: ¿Podemos hacer algo, realmenteposible, en pro del bien de ambos colaborando en vez de combatirnos, uniéndonos en vez de recelarnos como han hecho tantas desgraciadas veces nuestros antepasados?”
Creo que esta propuesta es una iniciativa realista para romper el círculo vicioso que reproduce y amplifica las injusticias sociales. Pero, sobre todo, apela a la libertad de los presentes. Sí, propone asumir la historia y, asumiéndola, tener la posibilidad de cambiar las condiciones actuales para que no se perpetúen los errores históricos. Y, lo que es importante, no es algo que se pueda realizar unilateralmente, ha de ser una combinación de fuerzas, de voluntades que encuentren nuevas salidas.
En la historia que nos narra Alfredo Rubio no hay un final feliz ni infeliz, más bien abierto. Él marcha de la conversación y les deja ahí: uno frente a otro, sentados en plan de igualdad existencial, para que partiendo de todo lo que les une, trabajen por todo lo que les separa.
Vivimos en la Historia, ésta se está construyendo en todo momento y convive con el pasado, no está aislada ni el presente ha surgido de la nada. Somos el presente y el pasado simultáneamente. Sin embargo, no somos responsables del pasado porque no exitíamos. Del presente sí que somos responsables. Y esta responsabilidad es más fácil de asumir si se hace desde la cordialidad y de manera colaborativa.
Conozco dos personas, una africana y otra catalana. Ambas viven a las afueras de Barcelona. La africana ha tenido que emigrar por razones económicas a Europa y lo ha hecho, como miles de personas en la actualidad, arriesgando su vida. En su pueblo no hay los recursos para sobrevivir y los grados de violencia interna hacen que quien pueda emigre. La catalana, por vocación, es un trabajador social en un centro parroquial y se dedica a acompañar personas extranjeras en su proceso de arraigo al país. Ambas personas están trabajando juntas por conseguir que la africana se afinque en Barcelona, pueda estudiar y mejorar su forma de vida.
Traigo a colación esta historia porque hace dos semanas, en una conversación de sobremesa, una persona juzgaba cómo hubieron catalanes que en los siglos XIX y XX amasaron sus fortunas con la trata de personas que eran llevadas en condición de esclavitud desde África hacia América. Seguramente que en este siglo XXI siguen existiendo muchas formas de trata de personas y es reprobable. Pero también existen historias de personas concretas, como las que he referido, que más allá de dónde provengan, unen sus esfuerzos por trazar un presente mejor, que corte con injusticias y estereotipos del pasado. Estos esfuerzos compartidos generan amistades y nuevas maneras de comprender que es más lo que nos une a las personas que lo que nos diferencia.