Los muros más fáciles de construir y más difíciles de derribar son los prejuicios. Pueden durar siglos, perpetuándose de generación en generación. No necesitan de mucho mantenimiento. Incluso, van creciendo solos si no nos percatamos de su efecto separador.
Uno de estos muros simbólicos, más bien de tipo irracional, es el odio. Y de ello trata la “Historia diez” del libro 22 historias clínicas -progresivas- de realismo existencial (Edimurtra: Barcelona, 1985). En esta historia, su autor Alfredo Rubio, nos habla de dos amigos extranjeros y de sus familias que veranean juntas. Uno de origen francés y el otro español. A partir de reflexiones hechas sobre la corriente filosófica del realismo existencial que Rubio les compartía, llegaban a la feliz conclusión de que lo ocurrido en la historia de ambos países ha posibilitado la existencia concreta de ellos. Y esa historia contiene hechos repudiables, que pueden suscitar odio entre personas de países vecinos, pero sin esos acontecimientos ellos no existirían ni estarían en ese momento veraneando juntos.
No es sólo que de lo malo se saque conclusiones buenas. Es más trascendental: gracias a todo el conjunto de acontecimientos pasados existimos los presentes. Y esto no excluye lo alabable ni lo reprobable. Lo que marca la diferencia es que los contemporáneos no somos “culpables” o responsables de nada de lo anterior a nuestro nacimiento, por la sencilla razón de que no existíamos. Es una consecuencia lógica, una evidencia clara que va más allá de cualquier racionalismo o emotividad.
La cuestión es por qué tengo que odiar a otra persona por algo que ella no me hizo. Puedo sufrir situaciones de desigualdad social, económica, étnica, por cuestiones históricas que enfrentaron a mis antepasados con los suyos, pero ni esa persona ni yo existíamos en el momento en que se produjeron. En el caso de existir una situación de desigualdad presente, real, fruto de aquel pasado, ojalá pudiéramos asumirla y resolverla, pero no desde el odio heredado, sino desde la búsqueda del bienestar común de las personas concretas actuales.
Libres de esa culpa histórica podemos ser capaces de construir un presente que no esté amurallado de prejuicios y nos permita ver las conexiones que hay entre los contemporáneos. Nos abre los sentidos para darnos cuenta de la igualdad de lo seres humanos, igualdad que se encarna en la diversidad étnica, cultural, anatómica, sentimental, intelectual…
Las claves que aporta esta “Historia diez” nos ayudan a ver de otra manera fenómenos tan lamentables como la xenofobia. La Historia de la humanidad está sembrada de momentos xenófobos y personajes que han realizado verdaderas masacres fundamentadas en el odio hacia quien no es como yo. La actitud xenófoba, muchas veces toma como bandera para atacar, acontecimientos históricos de los cuales los presentes no eran responsables.
Invasiones, guerras, explotación de todos los tipos, hablando de la macro-historia. Pero también en las historias de los pueblos e, incluso, de las familias, hay acontecimientos pasados que se convierten en verdaderas causas de odio heredadas que enfrentan a los presentes. Probablemente decisiones malas o funestas marcan generaciones y generan desigualdades, pero ojalá no fueran generadoras exclusivas de odio. Ojalá los contemporáneos pudiéramos re-visitar esa historia de una forma regeneradora y, porqué no, reparadora si las partes en conflicto fueran capaces de crear una nueva relación que disolviera los odios heredados.
Otras iniciativas para desarticular conflictos presentes con raíces en el pasado, son lo que se llama “comisiones de la verdad y la reconciliación”. Estas comisiones son mecanismos que se encargan de descubrir y revelar las malas acciones del pasado realizadas por diferentes entidades gubernamentales o no estatales, con la intención de resolver conflictos que afectan gravemente a los contemporáneos. Muchas de estas comisiones de la verdad se establecen después de conflictos, guerras, dictaduras. Entre sus objetivos están investigar sobre la verdad, buscar la reconciliación, la justicia, la memoria histórica, la reparación, el reconocimiento, estableciendo los mecanismos para que esto se vaya concretando.
Como venimos diciendo, los presentes no somos responsables de los males, pero tampoco de las glorias, de la Historia. Somos fruto de todo lo acontecido y sin nada de ello no existiríamos. No somos responsables del pasado, pero sí podemos co-responsabilizarnos con el presente. Ya que tanto lo malo como lo bueno nos ha venido gratis, podemos entablar una mirada responsable con nuestros contemporáneos y trabajar por un presente más gratificante para todas y todos, ya sea que las condiciones de desigualdad nos favorezcan o desfavorezcan.
Creo que podemos ir madurando como seres históricos y quitarnos las cargas del pasado, al cual no podemos renunciar, por cierto, porque somos su fruto. Pero esta libertad nos despierta la consciencia de pertenencia a un proyecto común que es la Vida. Y en este proyecto estamos todas y todos los seres humanos, compartiendo una realidad planetaria con el resto de seres vivos.
Ojalá la Historia, lejos de ser tomada como causa para separar, fuera tomada como medio para unir.